Carlos Levy
por FERNANDO G. TOLEDO *
Fue en la mañana de Navidad. Fue como una ironía de esas con las que gustaba reírse, provocar y escribir poemas deslumbrantes. Como en una broma, el escritor mendocino Carlos Levy murió el 25 de diciembre de 2020. Era, sin dudas, uno de los grandes líricos contemporáneos y eso, para una provincia de grandes poetas, no es un dato irrisorio. En un año de grandes pérdidas, la ausencia que suma su fallecimiento (como víctima de la Covid-19) será aun más notoria.
Piedades. Levy había nacido el 7 de julio de 1942 en Tunuyán, lugar que consideraba su «paraíso perdido» y en el que aspiraba a volver para vivir sus últimas horas, algo que no fue posible. El autor, que vivía en el centro capitalino, se descompuso durante la Nochebuena, fue internado y falleció en los albores de la Navidad.
Otros cardinales. Muy pronto, en su juventud, y tras la mudanza al Gran Mendoza, Levy comenzó a relacionarse con lo que podía considerarse la «bohemia» mendocina. Sus gustos por las largas charlas nocturnas, en cafés ambientados por la música, el humo y los buenos tragos, lo llevaron a entablar amistad con grandes personalidades del arte y las letras de su tiempo, como Víctor Hugo Cúneo, Fernando Lorenzo (a quien lo unió una gran amistad y proyectos en común) y el plástico Ricardo Embrioni, a quien consideraba su mayor influencia y a quien le dedicó uno de sus libros. Además, por ese tiempo conoció a Armando Tejada Gómez, a quien siempre consideró el lírico más influyente de su tierra.
Destierros. En los años 60, movido por sus intereses literarios y culturales, Levy se muda a Buenos Aires, ya con la decisión de volcarse a la escritura. Todo su trabajo y las experiencias de entonces cristalizan finalmente en «Inmensamente ciudadano» (1967), su primer libro, en el que a las influencias de la poesía de Juan Gelman le suma su siempre bien cultivado tono elegíaco y, además, su eterna preocupación por la «cuestión judía», que él solía resumir en una frase: «No hay mayor judío que yo sobre la faz de la Tierra, pero soy ateo».
Naufragios. A pesar de que, sin dudas, mostró con ese libro su calidad como poeta, habrían de pasar 17 años para que Levy pudiera publicar su segunda obra. De vuelta a Mendoza, se dedica a varios oficios y a la venta de libros. En 1984, recopila parte de la gran cantidad de poemas acumulados en su libro «Café de náufragos» (1984), al que poco después sigue un libro a dos voces, «Anverso/Reverso», en colaboración con Fernando Lorenzo, y de una hechura muy particular: era un libro reversible en el que sus textos se cruzaban, como en un diálogo de café de esos que solían mantener.
Canto Rodado. En esos tiempos hace Levy también sus armas como editor, tarea a la que se dedicaría en plenitud durante los 90, con una editorial emblemática: Ediciones del Canto Rodado, que no sólo publicó títulos de varios y variados autores locales, sino también algunos de otras latitudes (especialmente de su amigo y colega Marcos Silber) y algunos propios, como «Té con hielo» (1997), su primera edición íntegramente narrativa, en la que su poesía no podía dejar de colarse.
Dolorata. Luego llegan su hermosa antología poética «Destierros» (2001) y otro libro a dúo, esta vez con Marcos Silber, «Doloratas» (2001, también con temática judía). Entrados los 2000, llegan sus incursiones en la gestión pública. Dirige Radio Nacional (época en la que se produjo el lamentable robo de originales de Víctor Delhez) y la Biblioteca San Martín. También, por ese entonces, abre una legendaria librería, llamada La Anticuaria, que primero estuvo en la galería Bamac y luego en la galería Tonsa, del centro capitalino, y que alimentó de lecturas a muchos amantes de la literatura y, también, a muchos coleccionistas.
Bilbiliko solitario. Más tarde, en 2005, publica una de sus obras más reconocidas: la traducción al judeo español (sefardí) del Martín Fierro, de José Hernández, experiencia que le vale numerosos elogios. Son años prolíficos en publicaciones, ya que luego vendría su libro de poemas «Viejo hotel» —cuya reseña abrió el primer número de esta revista— y su colección de cuentos «Adiós, Celina, adiós».
Inmensamente ciudadano. Tras su trabajo como asesor del gobierno de Francisco Pérez (quien lo declara embajador cultural de Mendoza), con gran actividad en las diversas Ferias del Libro realizadas en el Espacio Le Parc, viene un retiro efectivo de la actividad pública, que cambia para seguir escribiendo (y publicando), pero también para cultivar una pasión, para algunos, secreta: la talabartería. Además, como lo dijo muchas veces, para rodearse de sus nietos y bisnietos.
La palabra y sus nombres. A la hora de posicionarse en la política, se cansó de llamarse comunista, socialista y peronista, indistintamente. Pero, como sucedía con la religión en su caso, también todo quedaba en segundo plano con lo que él consideraba su objeto de adoración: la palabra, la «brava palabra». A ella le escribió una conmovedora «plegaria atea» pensada para ser leída, justamente, en las épocas del año en que dijo adiós. Y que tiene unos versos finales que parecen escritos para su propia despedida: «no nos dejes caer en la tentación del letargo / no nos prives del viento, tu palabra / no nos abandones mientras estemos vivos / que el día de nuestra muerte / prometemos olvidarte / amén».
Tres poemas
La piedad de la memoria
Nos queda
la piedad de la memoria
la piedad de esas llaves misteriosas
que abren cada tarde
las llaves del destiempo y los relojes
y la piedad de las palabras
esos restos casi pobres de un sonido
que fueran una blasfemia heroica,
allá en la adolescencia,
es la piedad de los fantasmas
que llevan por nosotros los lutos amarillos
ausencias lejanas que habitan
en la oscura dimensión de los álbumes y arcones
como si la vida fuera,
tan sólo un pequeño
descuido de la muerte.
(de La memoria y otras piedades, 1984)
Poética
Brava la palabras
brazo del poema
que brama y abrasa
tritura sin trampa
que presto se presta
ya presa y con prisa
el modo de amar;
y triste traidora
la que hablada vana
la canción cansada
engalana engaña
ya vieja y ajada
prostituta cara
del gran palabral;
brava la palabra
que como el sol quema
no aquella que crepa
como el crepúsculo
y crápula el sol
que ya no crepita
no brama ni abrasa
como la palabra.
(de Anverso/Reverso, 1989)
Aquello que fuera
La tarde está hecha de pequeñas muertes
en el reloj que llevo en mi muñeca
el segundero
como una daga sin titubeos
me marca un adiós en cada movimiento
y convierte la vida en memoria.
Seré otro mañana cuando amanezca
si ya no soy el que era esta mañana,
y que atrás, que allá
quedará mi adolescencia,
el ave audaz que fuera eso que vendría
vuelta tan sólo por la piedad que tiene el viento
por las mareas
de devolver los restos del naufragio;
lo cierto es,
que la ilusión es frágil
y ya no seré jamás
la aventura que iba a llevar mi apellido
soy un hombre
con su melancolía.
(de Café de náufragos, 1991)
Publicada en “El Desaguadero” el 09/02/2021
http://eldesaguaderorevista.blogspot.com/2021/02/carlos-levy-un-naufrago-de-la-palabra.html
Imágenes: Diario Los Andes (Mendoza)
ENTREVISTA A CARLOS LEVY
«La palabra es un dios sin ateos para los poetas»
Había una promesa: le iba a hacer una entrevista. Me había preguntado por qué, y le había dicho que estaba de más explicarlo: él es una leyenda de las letras mendocinas y es bueno que las leyendas se presten al diálogo. Lo que no le había dicho es que quería una entrevista para que él hablara en el Día del Escritor, es decir, el 13 de junio. Porque había que buscar a alguien a quien no le quedara grande representar a un escritor a quien mereciera saludar en ese día. Y a Carlos Levy el traje le quedaba a medida.
Los días conspiraron al principio. Me esperó en su librería, en el café, y nos desencontramos. Así que el encuentro se dio en un lugar extraño: el hall de la Municipalidad de San Martín, donde se apersonó para la presentación del último libro de su amigo Oscar D’Angelo. «Es el segundo año consecutivo que festejo el Día del Escritor en San Martín. Las cosas que están organizado últimamente en Cultura son lamentables», anotó, y antes que nos diéramos cuenta habíamos comenzado la charla.
– Estamos dialogando, Carlos. ¿Un poco es eso la poesía?
– La poesía es un diálogo… un diálogo del hombre con el cosmos. Solía decirse que los poetas eran los espías de Dios, pero no es así. Si es espía de alguien, lo es de sí mismo. Se pregunta para hablar con el cosmos. La poesía es un nexo entre un microcosmos, que está adentro, y un macrocosmos, que está afuera. Pero los dos son infinitos y, así, siempre hay un diálogo.
– Sos la excusa para hablar del Día del Escritor. ¿Por qué creés que te elegí? O, digamos: ¿Qué has hecho para merecerlo?
– ¡Yo no hice nada! En todo caso, lo hicieron mis maestros. Ortega y Gasset decía que el hombre era él y sus circunstancias: el poeta es él y sus maestros. Yo tuve a (Ricardo) Tudela, (Américo) Calí, (Vicente) Nacarato, (Juan) Draghi (Lucero) y, fundamentalmente, Fernando Lorenzo. Con ellos compartí noches interminables de vino, de poesía… y de cabarets también.
– Carlos Levy nació en Tunuyán en 1942, ¿allí también nació el escritor?
– Sí. Cuando me hacen dejar Tunuyán, a mis 10 años, se convierte en mi paraíso perdido. Allí pierdo mi diálogo con la geografía abierta… Ahora soy sordo. Pienso que voy a seguir siéndolo hasta que regrese a Tunuyán a recuperar el murmullo de esa naturaleza. No hay silencio en el campo…
– …hay que saber escuchar…
– Exacto. Por eso puedo soportar no vivir en Tunuyán, pero no podría soportar morirme fuera de Tunuyán.
– Esto es algo que puede decir el poeta, pero antes de que lo fueras, ¿cómo te fuiste convirtiendo en eso?
– Con preguntas. Todo empieza con preguntas. Tengo un recuerdo de una tarde, un libro, un «té con hielo», y todo eso me hace preguntar, empezar a partir… Ahí hubo un conjuro. Que no es misterioso, ni mágico, ni teológico, ni siquiera artístico. Es simplemente una insistencia de seguir preguntando. Todo por el amor a esto que se llama la palabra. Siempre fui charlatán. Amo la palabra. Creo que, para un poeta o para todos los poetas, la palabra es un dios sin ateos.
– A propósito, en un poema decís que la poesía es «pan del corazón». ¿Quiénes son los que más te dieron de comer?
– Son muchos: todo poeta tiene su maestro mediato y su maestro inmediato. Mis maestros inmediatos fueron Tudela, Fernando Lorenzo o Ricardo Embrioni. Y entre mis otros maestros, más lejanos, el fundamental fue César Vallejo. Un poeta de la búsqueda desesperada por una pregunta. De alguna manera, Pablo Neruda también es un paradigma, como lo fue Walt Whitman. Y un poeta formidable, norteamericano, considerado un poeta menor hasta que escribe la Antología del Spoon River: Edgar Lee Masters. Y más cercano, creo que Juan Gelman, Francisco Urondo, Marcos Silber.
– Lo judío está muy presente en tu poesía… Poeta, judío, argentino… ¿no es demasiado?
– No lo sé. Fijate: en una novela que terminé hace poco, le preguntan a un religioso qué significa ser judío. «Es fundar el adiós», responde, «es saber rendirse, saber perder». Por el otro lado, el ser judío no significa ser israelí. Eso es clarísimo. A mí me parece que en estos momentos Israel es un estado nazi. Ningún genocida puede ser judío. Por otra parte, no hay mayor judío que yo en la superficie de la Tierra, pero soy ateo.
– Eso está claro: en uno de tus poemas le prometés a Dios que te vas a olvidar de él. Ese «señor» parece que está bien olvidado para vos…
– Ésa es una oración de un ateo, que escribí. Los ateos tienen un dios: está en todos lados y en ninguna parte, está en el corazón de un amigo, en la desidia de una mujer, en la soledad de Marilyn Monroe, en la azada del labriego, en el golpe que le dan al torturado. Es un dios de los no creyentes, de los desesperados.
– Hacé de cuenta que estás a punto de ponerte a escribir un poema. ¿Qué sabés que no le va a faltar a eso?
– Le pongo, sobre todo, emoción. Creo en el trabajo del poeta, no en la inspiración. Creo en las correcciones, en las búsquedas, en la endonavegación, en las preguntas. No creo en los poemas que vienen del cielo como un rayo misterioso, como dice el tango. Eso no existe. La poesía es un oficio, un ejercicio. Yo soy poeta como pudiera haber sido panadero, médico, agrimensor, sastre, bailarín.
– Como un panadero… ¿siempre están los mismos ingredientes?
– Los poetas siempre hablan de la mismas cosas: el amor, la vida, la soledad y la muerte. Si vos lográs un texto, un poema que no hable de alguna manera de eso, yo creo que tenés que figurar en el libro de los récords Guinness. Es imposible. Pero, por otra parte, la magia de la poesía está en que para hablar de cuatro cosas, que tenemos que reducir después a una, hay 80 mil vocablos. De la única manera que se puede hablar de eso es con memoria. ¡Cómo no va a haber magia en la poesía! La única exigencia es que aquella poesía que no esté llena de seres vivos, de situaciones límites (alegría o dolor, odio o amor, muerte o nacimiento), no sirve y está señalada por el dedo del olvido.
– El Arco del Desaguadero recibe a sus visitantes diciendo de Mendoza que es la «tierra del sol y del buen vino». Vos le agregarías «de las buenas minas»…
– (Asiente con la cabeza).
– ¿Y tendría que decir también: «la tierra de los poetas»?
– Hay poetas que lo ameritan: Armando Tejada Gómez. Fernando Lorenzo… ¡la pucha! Y hay miles de poetas, y hay miles de poetas inéditos, y hay poetas que no saben que son poetas. Pero eso no es importante, porque del Desaguadero para allá también hay poetas en San Luis: Marta Baigorria, Mario Jofré, Antonio Esteban Agüero. En San Juan, Leónidas Escudero… Las provincias no deben adueñarse de sus poetas. Creo que, a esta altura de los acontecimientos, lo importante es hablar de la patria como planeta, como territorio cósmico. Cada uno con su bandera, cada uno con su himno, con sus comidas, su estrella, sus próceres, pero pensando planetariamente. Eso es lo que el poeta es.
– También sos librero. Si entro a tu librería y te pido que me recomendés un libro de Carlos Levy, ¿cuál es?
– Primero te recomendaría que comprés otro…
– Pero los lectores son cabezas duras…
– Te recomendaría el último: “Viejo hotel”. A otro le recomendaría mi traducción al sefardí del Martín Fierro, que es una de mis más grandes satisfacciones. Porque me permitió unir a la Argentina, que es mi tierra prometida, con esa cultura heredada y enquistada en mí.
– Me parece que elegí bien al buscarte para homenajear a los escritores dejándote hablar… Pero me dijiste que eras charlatán: ¿qué te quedó por decir?
– Una vez me pidieron un currículum, y al final le puse: «Me considero mejor cocinero que poeta. Ninguno de mis amigos leyó dos veces un libro mío, pero todos me piden que los invite a almorzar de nuevo».
Algunos de sus poemas
Oración un 31 de diciembre
Oh Dios de los ateos
de los locos y los suicidas,
de los marineros sin mar
y de los que se navegan por dentro,
vos que no hiciste ni el cielo ni la tierra
ni el sol
ni el bien
ni el mal
que estás en el viento y en la lluvia
y alterás tu ruta ante los templos;
Dios silente que fundaste la palabra soledad
y nos diste los puntos cardinales
Dios Señor de los manicomios
de los mapas húmedos y olvidados
en la oscura dimensión de las postales;
Dios de Artaud y Dios de Whitman
de Erdosain y de Fijman
del Lucio que tenía cada vez más fantasmas
y de aquella,
Marylin que se murió de estar tan sola.
A esta hora de la tristeza
Dios que estás en nosotros
no nos olvides ahora.
Hoy 31 de diciembre de este siglo pavoroso
danos a nosotros un poco menos de cordura
quítanos los límites humanos
y desata las cuerdas de nuestros cuerpos
no nos dejes caer en la tentación del letargo
no nos prives del viento, tu palabra
no nos abandones mientras estemos vivos
que el día de nuestra muerte
prometemos olvidarte
Amén
Génesis de un poema de amor
Escribo tu nombre
y tengo el comienzo del poema
Le agrego tal vez la palabra aire
entonces digo
«tu nombre y el aire»
Pero acaso puede haber
un poma con tu nombre
donde no navegue un barco?
Es claro, lo que quiero decir es que,
«tu nombre navega
en el aire como un barco».
Sin embargo
hay que aceptar
que los barcos del crepúsculo son tristes,
y que el poema
ya no es el que fuera.
Leo:
«tu nombre navega como un barco
triste en el crepúsculo».
Y me niego
«No quiero que tu nombre
navegue como un barco
triste en el crepúsculo».
Reflexiono. Demasiado breve.
Afuera el otoño crece en el amarillo de la melancolía.
«No quiero que tu nombre
navegue como un barco
triste en el crepúsculo
aunque el otoño te empuje
con el viento de las melancolías».
Pero, caramba, se me ha filtrado la palabra viento,
y, el viento es un pájaro de aire, ay.
«No quiero que tu nombre
navegue como un barco
triste en el crepúsculo
aunque el otoño te empuje
con el viento de las melancolías
te prefiero volando como un pájaro de aire».
Además, hay algo más;
debo confesarte que te imagino,
girando,
en un sistema de risas, por eso,
«No quiero que tu nombre
navegue como un barco
triste en el crepúsculo
aunque el otoño te empuje
con el viento de las melancolías.
Te prefiero volado
como un pájaro de aire,
te prefiero girando
como un sistema de risas,
volando,
girando,
volando».
Ya ves,
no escribí tu nombre, todavía,
y ya tengo
el comienzo del poema…
YO
No dejo de preguntarme qué habrá sido de aquél que fui.
Ya no soy,
la aventura que iba a llevar mi apellido,
y sólo me quedan del pasado los retazos,
que se le antoja devolverme la memoria.
Han de creerme que tuve mi buen tiempo,
cuando las cosas me ocurrían
sin cuestionarme demasiado.
Pobrecito de mí,
creí que todo lo sabía.
Ahora entiendo
la filosofía aquella,
del sólo sé que no sé nada.
Es tarde,
el reloj idiota
no se detiene ni para que yo le dé cuerda.
(de Viejo hotel, 2008)
Nota publicada en “El Desaguadero” el 07/08/2010
http://eldesaguaderorevista.blogspot.com/2010/08/entrevista-carlos-levy.html
Imágenes: Diario Los Andes (Mendoza)
* FERNANDO G. TOLEDO: Poeta, narrador, periodista. Licenciado en Comunicación Social. Se ha desempeñado en importantes medios periodísticos de Mendoza, actualmente en Diario Los Andes. Ha publicado numerosos libros y obras teatrales. Creador y director del Festival Internacional de Poesía de Mendoza.