EN TORNO AL PRIMER CENTENARIO
Forjada más en las páginas de los periódicos que en los libros, la poesía de los mendocinos de principios de siglo XX constituye un rico universo lírico cada vez más atento al paisaje, cada vez más concentrado en lo que Roig llamaba “la voluntad de región”. En este artículo la autora explora la obra de algunos referentes de la poesía mendocina del Centenario.
por MARTA ELENA CASTELLINO *
Juan Draghi Lucero, en el “Prólogo” a su Cancionero popular cuyano, hace una afirmación cuanto menos sorprendente, si no inquietante, al hablar de lo que él denomina el “temple pasional” y que –siempre según Draghi- es “medida del criollismo cuyano”. Y agrega que el mendocino, al menos hasta bien entrado el siglo XIX, “no tuvo sentido de pueblo”, sino que más bien toda su vida “fue una solicitación de amor”. Esto explica, según el estudioso citado, que haya en la tradición de la poesía popular cuyana muy pocos cantares históricos, o que –al menos- él no haya podido recoger virtualmente ninguno referido a la gesta de la Independencia y muy pocos en relación con San Martín.
Esto en referencia a la poesía popular. En cuanto a la lírica culta, es sabida también la dificultad para apreciarla por la escasez de documentos, fundamentalmente a causa del terremoto de 1861 y también porque el lugar de la literatura en general era –no tanto el libro- sino más bien el periódico. Por eso restringimos nuestra consideración a las primeras décadas del siglo XX, cuando ya encontramos una producción literaria consolidada y cuando la conmemoración del Primer centenario motiva la reflexión y el elogio del poeta hacia esas gestas heroicas de la emancipación. Así encontramos que el tema patriótico se abre camino –aunque en medio de muchas otras temáticas- en los siguientes autores y obras, ordenadas según un criterio cronológico. Y destacaremos además que a esa línea de escritura acompaña también un incipiente interés por el paisaje comarcano, que representa un avance en la línea del conocimiento y representación regional, lo que adelanta un poco esa “voluntad de región” de la que habla Arturo Roig a propósito de lo que él denomina la “Generación de 1925”.
En la encrucijada de los tiempos: Eduardo Ruiz, el amigo de Lugones
Cronológicamente, el primer autor del que nos ocuparemos es Eduardo Ruiz. Desde muy joven se distinguió por sus aficiones literarias y periodísticas y colaboró en periódicos de Mendoza, con el seudónimo de Julio Mayo, lo mismo que en prestigiosos diarios y revistas de Buenos Aires, como por ejemplo Caras y Caretas. En 1906 publicó en Buenos Aires un volumen de poemas titulado Versos (1906), lo que nos permite de algún modo acceder a su obra, ya que la mayor parte de su producción ha quedado dispersa y perdida en las colecciones de diarios mendocinos. Mantuvo una sólida amistad con Leopoldo Lugones quien lo visitó en sus viajes a Mendoza entre 1903-1908, año del fallecimiento del poeta. Su obra édita es un conjunto de sesenta poemas, escritos en metros variados que resultan muy interesantes como eslabón para ejemplificar el paso desde el cosmopolitismo modernista a ese “regionalismo” aludido anteriormente. Además, se muestra en la mayoría de sus composiciones como un versificador ágil y elegante, y un hombre sensible y culto, cuyas lecturas de autores europeos (Víctor Hugo, Bécquer) y argentinos (Mármol, Andrade y otros) se ponen de manifiesto en sus poemas. La temática es también variada, si bien predominan los textos amorosos, que reflejan las lecturas del autor, románticas (como la influencia de Bécquer) y también de poetas italianos prerrenacentistas: Dante y los cantores del “DolceStilnuovo”.
La poesía patriótica está representada en el volumen por tres poemas, el primero de los cuales es “La jornada de los Andes”. Se trata de un extenso fragmento de otra composición mayor, dedicada al Gran Capitán de los Andes y su gesta andina. El comienzo, con imágenes grandilocuentes que dan cuenta del silencio y la soledad nocturna, recuerda el poema de Olegario Andrade, “El Nido de Cóndores”, de tema análogo. Siguiendo el gusto romántico por las antítesis, Ruiz destaca el contraste que se establece entre la magnificencia de los elementos, perennes, inmutables, y la pequeñez humana, lo que da más realce a las acciones guerreras:
Cual la enorme pupila de un gran mónstruo
Que el insomnio de siglos ha inflamado,
Brilla la luna con rojiza lumbre,
Y á su paso de luz, solemne y lento,
De todos modos, el foco está puesto en el campamento patriota y se derrochan hipérboles anticipatorias (“alma de la futura redención de un mundo”, “homérica legión”) relacionadas con la futura hazaña libertadora. Este campamento es descrito también con imágenes, encarecedoras, de resonancias clásicas: “homérica legión”, “moderno Prometeo”; el poeta recurre asimismo a los sustantivos colectivos para dar idea de la unanimidad de pensamientos y sentimientos que reina entre los patriotas: “muchedumbre”, “legión”, “solo y grandioso sentimiento”… una suerte de “alma heroica” colectiva, en la que tienen lugar a la vez el “ciudadano libre” y el “soldado”.
La mirada del poeta, con un criterio cinematográfico, enfoca luego al protagonista principal: el General San Martín, del que se destaca su sonrisa y sobre todo, su voz, a la vez que su temperamento reflexivo y su don de mando. El elogio se hace extensivo también al General Las Heras, del que el poeta nos brinda un logrado retrato ecuestre, y al que denomina “el Bayardo americano”, en alusión al sultán otomano, llamado “El Rayo”, que sometió a Servia y conquistó Macedonia, Tesalia, Bulgaria y parte del Asia Menor. A San Martín, por su parte lo designa con el epíteto de “Grande”: un ser señalado por el genio, la gloria, con “un rayo de luz sobre la frente”.
El momento escogido por el poeta para cantar a los héroes es la partida del Ejército de los Andes, que el texto sitúa el 15 de enero (de 1817), si bien los historiadores no están acordes en esa fecha. Como aciertos del poema pueden señalarse los siguientes: el gran dinamismo con que se presenta la marcha de las tropas patriotas, gracias a las anáforas y enumeraciones, la alternancia de tiempos verbales que otorgan relieve a la narración, el empleo de adverbios actualizadores, recursos todos que recuerdan el tono de los denominados “romances heroicos” medievales.
Como recursos propios de una poesía destinada a cantar las glorias de la Patria pueden mencionarse en primer lugar las antítesis, por ejemplo la que contrapone “inmortal independencia hermosa” a “errores de la noche hispana”. O algunas reiteraciones intensificatorias, como la del verbo “vencer”, puesta en boca del Gran Capitán. Igualmente recurre a la metonimia, relación de contigüidad que se establece entre la piedra del Ande y el temple de roca del héroe: “la empresa, por enorme, no me arredra / Que está conmigo el corazón de piedra / De las cumbres graníticas del Ande” (8).
Julio Barrera Oro y el cruce de las influencias
Nació en Mendoza en 1874 y falleció en 1929. Desde 1900 lo encontramos dedicado a las letras y al periodismo (fue colaborador de La Prensa, La Nación, El Diario, La Opinión, El Debate, entre otros periódicos). Publicó algunos de sus trabajos con el seudónimo de Herman Bauer. Fue etnólogo y realizó investigaciones sobre filología americana, el quechua, su origen y dialectos. Realizó asimismo algunas traducciones de textos literarios en inglés y alemán, que aparecieron publicados en la prensa local. Roig destaca el papel que le cupo a Barrera Oro en lo que hace a la difusión de las nuevas tendencias intelectuales, a las que tuvo acceso por su formación universitaria, ya que había estudiado en la Facultad de Filosofía y Letras, en Buenos Aires. En relación con esto, puede destacarse igualmente que redactó los primeros planes de estudio de la Universidad Popular de Mendoza, que incluían una Escuela de Profesorado en Filosofía y Letras (1920) y cuando se iniciaron los cursos, tuvo a cargo el de “Filología”.
En cuanto a su producción literaria, es autor de numerosas novelas y cuentos de tema histórico, entre los que pueden mencionarse los Cuentos épicos. Episodios, narraciones, cuadros históricos y cuentos (1915) y Tiempos históricos de la historia argentina 1928), que lleva el mismo subtítulo de la obra anterior. En cuanto a su obra poética, se compone de un volumen editado en 1912 –titulado Poesías– y otros poemas aparecidos en 1924, todo lo cual refleja la variedad de sus lecturas y su formación académica. La poesía patriótica se encuentra representada en el volumen por un soneto alejandrino, titulado “Salve aurora de Mayo”, en el que se contrapone el antiguo estado de cosas –“un mundo somnoliento, obscuro y sin historia”- y la “sublime y bella aurora” del despertar revolucionario. Prevalece el tono celebratorio y el lenguaje hiperbólico: “[e]s ruda la batalla y alcanzan la victoria / Los héroes y los bravos que luchan con ardor, / Surgiendo de esa raza de trágica memoria / La estirpe soberana de un pueblo triunfador” (1912: 34).
Fausto Burgos y el regionalismo
Sin la intención de profundizar en un concepto en cierto modo polémico como es el de “regionalismo” podemos postular sin embargo que la existencia de ciertas «miradas» que pretenden recuperar para la literatura paisajes y ambientes -naturales y humanos- de una determinada región o que desarrollan una temática que podríamos denominar «comarcana» constituyen un fenómeno de relevancia en el contexto de las letras argentinas del siglo XX. Y en este sentido, Fausto Burgos es un ejemplo relevante, por su voluntad de dar vida literaria a las distintas regiones argentinas. Tucumano, nacido en 1888 y muerto en Mendoza en 1953, radicado en San Rafael a fines de la década del 20, la suya es una producción literaria copiosa que incursiona tanto por la narrativa y la poesía como por el teatro.
Aquí tomaremos en consideración su primer libro de poemas: Olas y espumas, de 1914, en el que figura una sección, titulada “Héroes” e integrada por tres poemas, dedicada a celebrar a ciertos nombres emblemáticos de la historia argentina, en este caso Moreno, San Martín y Sarmiento. Se trata de tres sonetos laudatorios: de Moreno se elogia la fuerza de su pluma para luchar contra los tiranos; se destaca asimismo la imagen que relaciona la escritura con la fragua del metal: “fue hierro tu pluma de soldado” (107).De San Martín se celebra su “abnegación, […] fe y […] patriotismo” (109), junto con su temple guerrero y la grandeza de sus hazañas, equiparadas al “sol de oro” que desde la cumbre del Ande alumbra la libertad. Finalmente, para cantar las grandezas de Sarmiento se recurre a la imagen del sembrador y del arado, campo semántico que se despliega a lo largo de la composición:
Abierto el surco con amor profundo,
La virgínea tierra se estremece
Y recibe la simiente un nuevo mundo;
Despliega el tallo entonces sus colores,
Surge la flor y con la flor el fruto,
¡Con el fruto los pájaros cantores! (112).
De este modo historia Burgos, poética y sintéticamente, el derrotero de la patria a partir de la Revolución de Mayo y hasta su consolidación y prosperidad en la segunda mitad del siglo XIX, con recursos propios de la poesía celebratoria de todas las épocas: exclamaciones, hipérboles encarecedoras, superlativos…
Indalecio Nieto y un pequeño volumen de poemas “iniciales”
En 1916 aparece un pequeño volumen de poemas (68 páginas) publicado en Mendoza, bajo el título de Mis primeros versos. Acerca de su autor, Indalecio Nieto, carecemos en absoluto de datos e ignoramos si a esos versos iniciales le habrán seguido otros. Nos queda solamente lo que podemos inferir del texto mismo, que en este caso nos habla de un versificador diestro, que prefiere los poemas extensos, en metros también de arte mayor (alejandrinos y heptasílabos), muchas veces agrupados en sonetos, aunque no desdeña otras estrofas como la silva (combinación de endecasílabos y heptasílabos), siempre con rima consonante. Hacia el final del libro aparece también la métrica de arte menor (octosílabos y hexasílabos) y una tímida incursión por el verso libre.
La poesía patriótica está representada en este libro por la composición titulada “A San Martín”, evocación ecuestre del Libertador a base de comparaciones enaltecedoras: “igual que el huracán tumultuoso” (15) o hipérboles: “hollando nubes con su excelsa espada / como la sombra de un titán inmenso” (14). Otra referencia mitológica, también con intención encarecedora, es la que encierra la exhortación: “[m]irad como el Olimpo se levanta / cual dorso colosal del continente” (14). La alusión a la Cordillera de los Andes remite a la gran hazaña de San Martín, su estatura de estratega y de caudillo, tal como se traduce en la arenga que el poeta pone en su boca: “que rujan las trompetas y atambores, / marchemos cual tormenta atronadora, / ahuyentemos las sombras del vacío / y la nube opresora” (15).
Luis Codorniú Almazán, el poeta filósofo en busca del Misterio
La producción literaria de Codorniú Almazán comenzó en 1923, cuando publica su primer poemario: Soledades y angustias. A esta obra siguió, en el campo de la lírica, una serie de crónicas romanceadas escritas a partir de 1924 y publicadas en 1936 como Crónicas de Patria Nueva. Hemos tenido acceso a una segunda edición de este poemario, de 1979, encabezada por una carta autógrafa de Alfredo Bufano y un acuse de recibo del volumen (también facsímil) de Juana de Ibarbourou. Bufano elogia lo que él denomina “algunos fragmentos” emitidos por el autor, destacando que “Hay aroma viejo, sabor castellano, fuerza evocadora” e invita a su publicación: “Usted haría un gran servicio a las letras mendocinas primero, y a las nacionales después, si diera un volumen de romances auténticamente nuestros como los que me ha dado a conocer”.
El volumen se inicia con dos composiciones tituladas “Fundación de la ciudad” y otra “En que se rememora el terremoto de 1861”. Luego sigue una sección denominada ”Crónicas de Patria Nueva”, que incluye un extenso poema titulado del mismo modo, que constituye una crónica romanceada de los acontecimientos de Mayo, comenzando por el domingo 20 de ese mes. Está compuesto por diecisiete textos con una cierta autonomía, varios de ellos enfocados particular (Andrés Rodríguez, Martín Rodríguez, Leiva…) y un epílogo en el que el yo autorial se presente (asumiendo la forma de un cronista) y dialoga con un escolar. La finalidad pedagógica, en realidad, es consustancial a todos los textos, ya que al comienzo se nos informa que “Bajo la dirección y supervisión del autor, los temas de la presente obra han sido interpretados en escenas de teatro mimosimbólico: serie de sucesivas estampas, suscitadas por la voz de un locutor o recitador de los romances, complementándose además con música de fondo adecuada”. Nos informa también que “Fueron presentadas […] en el Teatro Independencia, con el auspicio de la Dirección General de Escuelas dela Provincia y la participación de alumnos” de instituciones públicas y privadas.
En general predomina la forma del romance peninsular, aunque también recurre al romancillo heptasílabo y por su tono y su léxico voluntariamente arcaico (señalado por Bufano) recuerda a los romances viejos de la tradición peninsular.
Otras composiciones del volumen son “Crónica del 23 de junio”, que comienza “Crónicas de patria nueva / cantos del viejo solar” (49) y refiere la llegada a Mendoza de la noticias revolucionarias: “¡Mendocinos, a la Plaza, / que ha llegado Corvalán!” (49), el mismo episodio recreado por Bufano, con más desarrollo (seguramente con apoyo documental) pero menor altura poética, si bien no faltan las exclamaciones e interrogaciones tendientes a involucrar al lector (o supuesto oyente) y otros recursos característicos de la poesía popular, como las reiteraciones y paralelismo. Sigue a este un “Romance de la Bandera de los Andes que comienza “En armas está Mendoza; / todo Cuyo en arma está / -año de la Independencia / sexto de la libertad” (63) y recrea los episodios consagrados por la tradición acerca de las damas mendocinas y su participación en el bordado de la bandera.
Sigue una “Canción de gesta”, cuyo subtítulo reza “Alegoría ante el Cerro de la Gloria”, escrita en versos de tono grandilocuente y celebratorio. También hay una referencia a San Martín en el poema “Las Bóvedas”, en el que el narrador deja flotando la duda acerca de la verdadera significación de ese monumento, ya en decadencia, en relación con la campaña sanmartiniana.
Juan Bautista Ramos
Juan Bautista Ramos, nacido en 1896 y muerte en 1966, fue periodista, dramaturgo, novelista y poeta, además de ensayista y traductor. Su obra literaria se inicia con tres libros de poemas publicados entre 1924 y 1932: Los motivos del ágora (1924); Solfatara (1929) y El poema de Abel o 40 canciones sobre una chimenea (1932). También publicaría, dentro del género narrativo y dramático, Teatro sin butacas y personajes sin Dios (1929); posteriormente aparecerán La tragedia de una algarada (1934) y lo que es su obra más conocida, con la que se incorpora a la narrativa de intención social mendocina: Mala calle de brujos (1941).
El título del primer libro de poemas de Ramos, Motivos del ágora,ya figura como anuncio del contenido, en tanto anticipa una poesía de temática civil que tiene en la proclama de la libertad su tono y en José Néstor Lencinas su abanderado. Esto confiere cierta homogeneidad a un volumen que no destaca por su regularidad métrica, ya que recurre a formas diversas, con un cierto predominio del soneto (molde en el que exhibe cierta maestría). También merecen destacarse, por su singularidad métrica, dos composiciones en versos blancos y largos (de más de veinte sílabas) y otro poema dedicado a “Güemes”, escrito en décimas octosílabas, que evoca a través de su ritmo y algunos de sus recursos (aunque no de la estrofa empleada) a “El nido de cóndores” de Olegario Víctor Andrade y que, en su exaltación del héroe gaucho, va a constituir, junto con los poemas “Canto a España” y “Mama Ocllo” (que parecen destinados a exaltar las dos vertientes opuestas de la nacionalidad: la hispana y la aborigen), un tríptico histórico del cual es punto intermedio ya que contiene un elogio del elemento criollo en la lucha por la independencia:
Va cruzando el escuadrón…
Despierta la serranía
Ante aquella bizarría
Gauchesca sobre el bridón
¿Adónde van? ¿Quiénes son?
¿Quién arrastra esa esforzada
Hueste ruda desatada
Por los alcores de Salta
Que nos donó la más alta
Gesta heroica y denodada? (45).
Alfredo Bufano, poeta de la interioridad
Alfredo Bufano nació en 1895 y si bien el poeta siempre manifestó su arraigo en suelo mendocino (“Nací en Mendoza, la tierra / que me dio savia y raíz / […]”), los críticos están acordes en señalar que su nacimiento se produjo en Italia, si bien sus padres –dos humildes inmigrantes- se trasladaron a estas tierras cuando el niño contaba pocos meses. Su muerte se produjo en Buenos Aires, en el mes de octubre de 1950 y sus restos reposan en el cementerio de la Villa 25 de Mayo, de San Rafael, Mendoza –tal como fue su deseo.En general, la obra de Bufano aparece asociada a esa postal del oasis mendocino –álamos, frutales y viñedos- que ciertamente él realiza maravillosamente. De su amor por el paisaje natural y humano de la región –que incluye costumbres, vestimenta, creencias… – dan testimonio los títulos mismos de sus libros, desde aquel Poemas de Cuyo (1925) que marca su retorno a la tierra mendocina, luego de los años vividos en Buenos Aires y que, según Arturo Roig inicia en nuestras letras una nueva línea tanto temática como estilística: la del sencillismo regionalista: Tierra de huarpes, Presencia de Cuyo, Mendoza la de mi canto, Poemas de las tierras puntanas, Ditirambos y romances del Cuyo…
En estas colecciones es posible espigar un interesante grupo de “romances históricos” (agrupados bajo este título en Poemas de Cuyo (1940), aunque algunos ya habían aparecido en poemarios anteriores. En ellos, la intención del poeta es entroncar con la tradición hispánica del “Romancero”, revalorizar lo popular y rescatar, a su modo, un trozo de la historia patria, en este caso especial “la patria cuyana”, al modo de los Romances de Río Seco de Leopoldo Lugones.
Entre ellos merece destacarse el referido a la llegada a Mendoza del Capitán don Manuel Corvalán Sotomayor,trayendo la noticia de la Revolución de Mayo, o el dedicado a “Los sesenta granaderos” y, por ende, al General San Martín: “¡Sesenta hombres se eligen, / son sesenta granaderos, / mendocinos los sesenta / y los sesenta de hierro! / En una blanda litera / San Martín ha sido puesto; / Cuatro rudos mocetones / lo han levantado sonriendo. // ¡Carga mejor no llevaron! / ¡Camino mejor no hicieron! / ¿No es su jefe una bandera? / ¿No es la libertad su cuerpo?”
La gesta andina también aparece aludida en una hermosa visión sintética en el “Romance del general don José Félix Aldao”, figura que parece nuclear la atención de nuestros artistas, sobre todo en lo que se refiere a las escasas novelas históricas mendocinas de fines del siglo XIX y principios del XX. Este de Aldao es uno de los más logrados poemas del conjunto:
Cuando la tarde se ahonda
en montañas y vallados,
y en las agrias cresterías
abre el lucero sus nardos,
el General, mudo y solo,
roblizo, inmóvil, hierático,
mira el poniente de púrpura
y añora tiempos pasados;
tiempos de gloria bravía
que se domaba a sablazos.
Don José Félix se ve
caballero en su caballo,
blandiendo el corvo en La Guardia,
en Chacabuco y en Maipo;
en Arauco y Talcahuano,
y más tarde en tierras lueñes
de Iscuchanga y de Huancayo.
Juan Carlos Lucero
Juan Carlos Lucero (1881-1937) publicó en 1929 su poemario, premiado en el concurso municipal de 1923, Agua de cántaro, que reúne treinta y dos composiciones en metros varios (posiblemente escritas a lo largo de varios años), además de su “poema laureado”, “Canto a la independencia”, que ejemplifica una línea de poesía patriótica no demasiado abundante en la lírica mendocina de la época, como ya se dijo.
Lucero no es sólo un delicado poeta lírico, sino que también cultivó, como vemos, la poesía épica, en la que el ritmo sonoro y majestuoso del verso endecasílabo, con algunos heptasílabos intercalados, coadyuva a la exaltación de las glorias patrias. Aquí, en consonancia con el símbolo que Olegario Andrade había esbozado en su “Nido de cóndores” (1878), el poeta mendocino estructura su composición a favor del símbolo del águila:
El águila arrogante cuyas plumas
se tiñeron de sol y de alboradas
o ennegrecieron las flotantes brumas
que saben del rumor de las cascadas
o del cristal sonoro del torrente
que embravecido y ágil se despeña
del picacho más alto, y va corriente
saltando sin cesar de peña en peña;
el águila caudal que alza su vuelo
desde la cumbre solitaria, agreste,
hacia la vasta inmensidad del cielo
que baña en toda su amplitud celeste
el sol, dándole galas,
tendió al viento su vuelo soberano
batiendo por tres veces la montaña
con tal empuje y con tal fuerza extraña […] (89-90).
El paisaje cordillerano visto en escorzo, a través del vuelo del ave es uno de los aciertos del poema, que ejemplifica muchos de los rasgos estilísticos de la poesía patriótica anterior, de estilo neoclásico (en las referencias a la Antigüedad clásica, y también a Lavardén y Varela) o romántico (en las hipérboles encarecedoras de las hazañas patriotas y de la vocación continental de libertad). La mención de referentes del pasado indígena (Atahualpa, Lautaro), la evocación de las batallas y los próceres a través de enumeraciones -“¡Sombras de Ituzaingó, de San Lorenzo, / de Maipú, de Ayacucho y de Junín; / sombras de rebelión y de epopeya / de Moreno, Belgrano y San Martín” (96)- dan una visión totalizadora del pasado patrio; el cierre del poema proyecta esa grandeza al futuro, exaltado e hiperbólico, en consonancia con el espíritu de fervor patriótico que la conmemoración de los dos Centenarios (el de la Revolución de Mayo y el de la Declaración de la Independencia) provocaban en los ánimos, en el momento de escritura del poema:
Vuela hacia el porvenir, por el seguro
camino magistral de tus victorias
flotante al viento el lábaro en tu cielo,
que este es ¡oh, patria! mi ferviente anhelo,
¡la visión de tu espléndido futuro!
¡la oración de los muertos por tus glorias! (100).
En esta exposición me propuse examinar algunas manifestaciones poéticas escritas en Mendoza en las primeras décadas del siglo XX, prestando especial atención a la vinculación entre las magnas celebraciones cívicas de esos años y la textualización concomitante del tema patriótico. En efecto, la literatura mendocina no podía permanecer ajena a este hecho festivo del Centenario, pero su repercusión escritural es quizás menos significativa de lo que podríamos a primera vista suponer. Sin detenernos a indagar las causas de esto, sí podemos afirmar que la poesía celebratoria o la narrativa de tema patriótico configuran una línea temática no demasiado concurrida por los autores mendocinos de comienzos del XX, pero igualmente presente a través de ejemplos destacados, como vimos. Lo que sí podemos afirmar con certeza es que en estas manifestaciones líricas del principios del siglo XX, y seguramente motivado por las vivencias patrióticas suscitadas por el Primer Centenario, los poetas mendocinos comienzan a volver cada vez más los ojos al propio paisaje.
Imagen de portada: la Alameda a comienzos del siglo XX
* MARTA ELENA CASTELLINO: Profesora y Licenciada en Letras (UNCuyo), Doctora en Letras con una tesis sobre Realidad, folklore y mito en la narrativa breve de Juan Draghi Lucero. Ex Vicedecana de la Facultad de Filosofía y Letras (UNCuyo), Directora Académica de la Maestría en Literatura Argentina Contemporánea y Profesora Titular de Literatura Argentina Siglo XX de la misma Facultad. Autora de diversas obras y números artículos sobre literatura mendocina.