La Melesca

ANTONIO BRAVO – ROBERTO AZZONI

 

MAESTROS MENDOCINOS DEL ARTE PLÁSTICO EN LAS PRIMERAS DÉCADAS DEL SIGLO XX

 

por GIMENA IRIART GABRIELLI*

 

La reconstrucción de las trayectorias y del acervo patrimonial de algunos de los artistas mendocinos de principios del siglo XX constituye una tarea apasionante y dinámica con el fin de revalorizar el patrimonio histórico-cultural de Mendoza y de la Argentina.

Lejos de agotar la producción plástica de estos grandes maestros, en esta oportunidad, destacamos los itinerarios de Roberto Azzoni (1899-1989) y Antonio Bravo (1886-1942), quienes formaron parte de la primera Escuela de dibujo y pintura de la provincia fundada en 1915. Ambos llegaron a Mendoza como parte de las transformaciones sociales, políticas, culturales y económicas que se produjeron en la Argentina desde fines del siglo XIX a partir de la modernización, el crecimiento explosivo de la industria vitivinícola, la llegada masiva de inmigrantes ultramarinos, sobre todo italianos y españoles, que imprimieron cambios sustantivos en la vida mendocina.

Por un lado, Azzoni, italiano de nacimiento, arribó de pequeño a la provincia cuyana y, por otro, Bravo, llegó desde España al despuntar el siglo XX. Ambos tejieron lazos, tempranamente, con otros artistas locales y extranjeros como el francés Fernando Fader y el catalán Ramón Subirats. Además, formaron parte de los primeros tanteos que iniciaron un proceso de institucionalización de las artes plásticas en la región a través de la construcción de diversas redes mediadoras entre el arte, la política y la sociedad. Ejemplos de ello fueron sus reuniones en el ex Banco de Mendoza, su constante participación en exposiciones y salones, como la exposición de Bravo junto a Fidel de Lucia en la Galería Müller de Buenos Aires en 1920 o la de Azzoni en 1926 en el Banco de la Provincia; y la colaboración junto con Vicente Lahir Estrella, Rafael Cubillos y Fidel de Lucía, entre otros, en la fundación de la Academia Provincial de Bellas Artes en 1933.

Tanto Bravo como Azzoni fueron exponentes, en sus primeras etapas artísticas, de la corriente regionalista en el marco de la emergencia y consolidación de un movimiento nacionalista sostenido no sólo en el ámbito plástico, sino también en la esfera intelectual con representantes como Ricardo Rojas y Manuel Gálvez, y como una respuesta estética ante los efectos de la modernización.

 

Antonio Bravo – 1926

Es de vital importancia enfatizar la inserción de estas figuras emblemáticas en un movimiento regional que iba moldeando el ambiente cultural y en el cual podían intercambiar experiencias y aprendizajes junto con otras figuras con inquietudes similares. En sus primeros trabajos advertimos un predominio del paisaje local y la influencia de las vanguardias europeas en clave realista. Allí encontramos la cordillera, los arroyos, los álamos, los nogales, los manzanos, los ranchos y, por supuesto, las viñas expuestas en atmósferas vibrantes. Junto con el círculo de artistas que frecuentaban, con el cual compartían un claro tono regional y la práctica de pintar al aire libre, se irán ganando su espacio y reconocimiento en el mundo del arte nacional marcado por su colaboración y sus triunfos en los Salones Nacionales.

A. Bravo – «Otoño en el parque»

Se podría aventurar una relación entre esta renovación artística, que excedió los parámetros de la pintura, y el proceso de democratización vehiculizado por los primeros gobiernos radicales de la provincia en la década del ’20. En este sentido, el esfuerzo colectivo entre artistas y autoridades se plasmó mediante un decreto del Poder Ejecutivo Provincial que disponía la creación del Museo Provincial de Bellas Artes en 1927 y en el impulso dado a la gestación de espacios para difundir la enseñanza de las prácticas artísticas. No por casualidad, en este mismo periodo, comenzaron las construcciones del Pasaje San Martín y del complejo teatro, casino y hotel frente a la Plaza Independencia.

Con el paso del tiempo estos artistas irán consolidando su fuerza estética y expresiva y su manejo de la composición, de los volúmenes y de la luz capitalizando las experiencias estéticas modernas y sus aprendizajes en la naturaleza para ir desarrollando un estilo propio, más interpretativo y auténtico.

 

Roberto Azzoni – Calle mendocina (1940)

 

Según Marta Gómez[1], la obra de Antonio Bravo está impregnada de un aporte psicológico que hace que sus paisajes, tomados del natural y con una clara influencia realista-impresionista, adquieran una concepción particular, profunda y melancólica, que supo transmitir a sus telas con “emotividad poética”.

En el caso de Roberto Azzoni, con una carrera más prolongada, observamos su capacidad de transmitir la profundidad del ambiente cuyano a través de potentes creaciones que abandonaban el carácter decorativo y para dar paso a composiciones transfiguradoras, de matices más apagados y equilibrados, que otorgaban fuerza y gravedad a la conformación de un mundo pictórico propio. Para algunos, su estética podría enrolarse en un singular “expresionismo americanista” porque redescubría espiritualmente a América.

«Mujeres trabajando la viña» (1948)

En su búsqueda incesante por afirmar su propia personalidad pictórica vemos irrumpir la figura humana en sus obras. Allí observamos a los habitantes del terruño y, especialmente, a los/las trabajadores/as tales como vendimiadores, lavanderas, sujetos trabajando la tierra, como lo evidencian los nombres de sus trabajos premiados. Figuras robustas, macizas, sólidas, monumentales que comunican cierta solemnidad, dramatismo y lirismo a través de una paleta que variaba desde lo monocromo hasta lo multicolor logrando una variedad amplísima de tonos que supo recrear con vivacidad en sus telas. Personajes que parecen atravesados por una especie de quietud pétrea, pero al mismo tiempo animados por tensiones enérgicas en un espacio donde figura y fondo logran una expresión equilibrada y en algunas ocasiones llegan a la simplificación bidimensional. Frutos de estos trabajos son, por ejemplo, «El pan», «Lavandera», «Vendimiadora», «Siesta», «Hermanas», «Patio».

 

Roberto Azzoni – «El pan» (1957)

En 1970 la UNCuyo le encargó un mural para la Facultad de Medicina que fue realizado al óleo sobre panel de aglomerado y significó varios meses de trabajo. Allí combinó con maestría muchos de los elementos con los que había experimentado durante toda su trayectoria logrando una obra exuberante cargada de figuras y alusiones vernáculas producto de la ductilidad de su lenguaje plástico. En 1973 tuvo lugar en Mendoza una importante retrospectiva de su obra. En 1988, la Municipalidad de Mendoza lo designó Ciudadano Ilustre en agradecimiento a su labor permanente.

 

Roberto Azzoni – «El patio» (1955)

Luego de este recorrido por las trayectorias artísticas de estas figuras de alcance nacional e internacional, es oportuno reflexionar sobre la recuperación del legado artístico y educativo de nuestros artistas y preguntarnos ¿por qué razones hay una falta de políticas culturales destinadas a los museos mendocinos que resguardan este significativo patrimonio cultural?


* Gimena Iriart Gabrielli: Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Cuyo. Profesora y Licenciada en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo. JTP en la Facultad de Derecho de la UNCuyo. Sus temas de investigación se vinculan con la historia política, social, cultural y económica de Mendoza durante la primera mitad del siglo XX.

Referencias:

[1] Gómez de Rodríguez Britos, Marta. (2001). Mendoza y su arte en la década del 20, pp. 99-101. Mendoza: Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo.

 

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