Mendoza, tierra de escasas precipitaciones pluviales, se ha caracterizado por su suelo seco, deshidratado, marchito. Desde siempre, sus pobladores se adaptaron a los rigores del clima y, a lo largo de la historia, se empeñaron en transformarla en un territorio habitable.
Por: SUSANA FASCIOLO *
A fines del verano de 1561, Pedro del Castillo llegó al Valle de Huentota, tomó posesión del terreno, acrecentando aún más los dominios del imperio español y, el dos de marzo, funda la ciudad de Mendoza del Nuevo Valle de La Rioja.[1]
La ubicación inicial estuvo planteada en lo que hoy conocemos como la Media Luna en el distrito de Pedro Molina del departamento Guaymallén. La nueva población fue ubicada al margen del actual canal zanjón Cacique Guaymallén[2], y quedó bajo la jurisdicción de la Capitanía General de Chile, que formaba parte del Virreinato del Perú. Por extrañas razones la ciudad fue refundada al año siguiente por otra expedición española al mando de Juan Jufré.[3]
Los recién llegados tuvieron relaciones amistosas con los Huarpes, pueblo originario que habitaba la región y que se integró mansamente a los conquistadores españoles, manteniendo su vocación agraria de milenaria historia. De los autóctonos habitantes adoptaron el ingenioso sistema de alimentación de agua[4]. El emplazamiento de la nueva población se realizó en las zonas aledañas donde ya estaban instalados los naturales del lugar. Como el agua del canal zanjón, próximo al asentamiento, no era apto para el uso doméstico debido que era receptor de aluviones de agua y barro, decidieron construir un acueducto[5] desde la zona precordillerana del oeste -hoy El Challao-, que volcaba sus aguas en la fuente de la plaza fundacional, donde los vecinos podían recogerla. Este canal llamado “de la Ciudad”, está considerado la primera obra hidráulica de la región. Es menester recordar que Mendoza es una zona árida, desértica, de escasas precipitaciones y la búsqueda de agua fue un mandato ineludible para su gente, desde los tiempos de la colonia.
Sin embargo, tomó una gran relevancia por constituirse en el último pueblo antes de la Cordillera de los Andes, monumental escollo que se debía sortear para llegar a Chile. Durante la temporada invernal, época de copiosas nevadas, los viajeros estaban obligados a permanecer en la ciudad, esperando el deshielo estival de las altas cumbres.
Tierra indómita
Pero no solo la escasez de lluvia ha castigado a estas tierras. Como contrasentido, cada vez que se revierte la situación, las características de su geografía montañosa la convierten en el blanco permanente de turbulentos aluviones, inquietantes y sorpresivos, que devastan a su paso cultivos, viviendas, provocando pérdidas de vidas en personas y animales y cuantiosos daños materiales.
La región es particularmente sensible a las contingencias climáticas. Las precipitaciones estivales son torrenciales y en gran porcentaje acompañadas de granizo. Éste produce importantes daños en la agricultura y solamente con tecnologías sofisticadas como las actuales, es posible hacerle frente aunque, muchas veces, no logran minimizar las consecuencias.
El Zonda[6], un cálido y agobiante viento del norte, cada tanto azota con reciedumbre a la región, derribando árboles y destruyendo todo a su paso. Sus secuelas son un atentado contra el bienestar y la calidad de vida de las personas.
En Mendoza, como sucede en otras provincias andinas, es una constante que el suelo se mueva, causando alarma entre los habitantes. Estas sacudidas repentinas y pasajeras de la corteza terrestre ocurren por causas geológicas que dieron origen a las altas montañas, valles, quebradas y ríos. Los repetidos sismos han hostigado a los mendocinos desde siempre.
Al anochecer del 20 de marzo de 1861, un sofocante día de verano, un violento terremoto destruyó la ciudad colonial de doce mil habitantes. El aire se enrareció por el polvo de los derrumbes sumado al humo de los incendios que se diseminaron por gran parte del territorio urbano. Fueron necesarias cuatro jornadas para lograr sofocarlos. Momentos de horror, gritos de dolor y agonía se apoderaron de la ciudad.
La Nueva Ciudad
Luego de los cruentos acontecimientos por el gran terremoto, se le encomienda al agrimensor francés, Julio Gerónimo Ballofet [7], el diseño de una Nueva Ciudad, emplazada más al sudoeste de la destruida por el sismo.
De planta cuadrada, a la usanza del modelo español, el nuevo emprendimiento urbanístico tenía ocho cuadras por lado, circundada por anchas avenidas: actualmente San Martín, Colón, Belgrano y Las Heras.
En el eje central del conjunto se colocó un parque, hoy Plaza Independencia ocupando cuatro manzanas, que serviría como lugar de acampar, en caso de nuevos movimientos telúricos. Perfecto refugio entre plantas y frutales. Al centro del predio se colocó una gran fuente de agua potable, que aún hoy mantiene su posición, aunque se modificó el tamaño. La iluminación del predio se resolvió con farolas alimentadas con aceite o sebo animal.
Dos calles intermedias nacían de las avenidas perimetrales y llegaban a la plaza central. Ellas son: Sarmiento y Mitre.
Completan la Nueva Ciudad cuatro plazas equidistantes de una manzana cada una, como lugares alternativos de apoyo al gran prado central. Hoy conocidas como plazas San Martín, España, Italia y Chile.
Las nuevas avenidas, calles y veredas eran de generoso ancho, el motivo era dejar un espacio para circulación de los peatones en caso de derrumbes ocasionados por la tierra en movimiento. Estas arterias estaban pobladas de álamos carolinos colocados con un separación de cuatro metros entre sí. Se tuvo en cuenta, también, colocarlos a dos metros de la línea de edificación, para que funcionaran como “puntales” de contención de los frentes de los edificios.
El riego de las especies, dada la falta de precipitaciones, se resolvió por medio de acequias con bordes cubiertos de piedra bola, asentadas en barro, lo que permitía trasladar la necesaria humedad al ambiente.
Las copas de los árboles serían el “manto verde” bajo el cual se desarrollaba la vida. Así vio la luz la Nueva Ciudad de Mendoza.
¿Qué nos queda hoy de aquellos viejos tiempos donde se plasmó el nacimiento del lugar que habitamos?
Lo expresa claramente Daniel Schávelzon en su libro: “Historia de un terremoto”: “Para el habitante urbano de Mendoza, el terremoto de 1861 queda muy lejos de la realidad cotidiana, pero esos sucesos siguen presentes, aunque en forma inconsciente, de manera poco clara, pero está en la estructura física de la ciudad, en su arquitectura, en muchas actitudes tradicionales, en su arte, en su cultura y más que nada en el imaginario colectivo. Es, y seguirá siendo, parte ineludible de la identidad de nuestra ciudad.”
Pero además de las deficiencias y los fenómenos ambientales señalados: aluviones, vientos, sismos y terremotos, la falta de precipitaciones, suelo seco y pedregoso, debemos agregar las letales epidemias de viruela y difteria, cólera y sarampión ocurridas entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del XX.
Una desmesurada curva de mortalidad prevaleció sobre la de natalidad. La muerte, cotidiana y en masa, acechaba a la población temiéndose por una Mendoza despoblada de habitantes.
El doctor y sanitarista Emilio Coni [8] propone, en 1885, la creación de un gran espacio verde con el fin de generar un clima más amable para la ciudad. Este espacio funcionaría de “filtro sanitario”, un bosque en el árido territorio para regular la salud y el bienestar físico y mental. Conseguir, artificialmente, una sombra protectora de los intensos rayos solares y la posibilidad de aumentar la humedad atmosférica.
El gran paisajista francés Arq. Carlos Thays[9], contratado para tal fin, logra una de sus mejores creaciones, de las tantas que realizó en el país. De sus conocimientos y buen gusto, nace el Paseo Público del Oeste, una extensión de cuatrocientas hectáreas, ubicada en el piedemonte de la ciudad de Mendoza.
Apoyado en la enorme Cordillera de los Andes, alojó corredores boscosos, calles zigzagueantes, canales de riego por manto para inundar los prados. Las acequias, fuentes y hasta la creación de un lago fueron concebidos no solo por su belleza paisajística, también con la función de mantener la inmensa variedad de especies vegetales en grandes espacios verdes delimitados con barreras arbóreas.
Lo realizado hizo posible que las distintas zonas del actual Parque General San Martín, semejen espacios arquitectónicos, que incluyen, además, paseos dotados con una rica variedad de elementos escultóricos.
Durante la historia, a Mendoza y su gente les tocó hacer frente a inclemencias climáticas, desastres naturales y emergencias sanitarias graves.
Hoy, cada uno de sus habitantes sabe que tiene un compromiso inmenso con los hacedores, aquellos hombres que con sabiduría y perseverancia, legaron un lugar de ensueño. Ellos fueron los que lograron transformar “el desierto extremo en un delicioso oasis”.
* SUSANA FASCIOLO Nació en Buenos Aires. Arquitecta egresada de la Universidad de Mendoza. Se ha dedicado al interiorismo y al diseño de amoblamiento. Ha publicado los libros "Juan Carlos Fasciolo - del científico al hombre" editado por la EDIUNC (2010), "Cuentos no tan cuentos" (2015) y "Poemas amorosos" (2019).
Fuentes:
– Cremaschi, Jorge Alejandro. “Mendoza, el riesgoso desierto, los espacios abiertos y el bosque” – Revista Summa Nº 226. – Junio 1986.
– Michieli, Catalina. “Los huarpes protohistóricos” – Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo – Universidad Nacional de San Juan – 1983.
– Schávelzon, Daniel. “Historia de un terremoto. Mendoza 1861” – Centro de Investigaciones Ruinas de San Francisco / Area Fundacional de Mendoza – Municipalidad de Mendoza – 2007.
NOTAS DEL EDITOR [1] En 1551, Francisco de Villagra, al mando de 180 hombres, explora la región enviado por el capitán general de Chile, Pedro de Valdivia. Villagra fue el primer español que llegó a la región. De regresó en Chile, muere Valdivia y, Villagra es destituido. El nuevo mandatario, García Hurtado de Mendoza, hijo del virrey de Perú, encomendó al capitán Pedro del Castillo la fundación de una ciudad, realizado el 2 de marzo de 1561. [2] En tiempos prehispánicos, el canal se llamaba Goazap-Mayu ("río del cacique Goazap"). En un mapa de 1781, se aprecia una derivación del río Mendoza, denominada “Toma de la Ciudad”, que suministraba agua al canal. La llamaban Toma del Inca y fue un primitivo sistema de riego utilizado por algunos caciques huarpes. Tras la llegada de los españoles, dicho canal pasó a llamarse Río de la Ciudad, Canal Zanjón o Acequia principal y la Toma del Inca, cambió su denominación por Toma de los Españoles. [3] Juan Jufré, buscó otro asentamiento porque consideraba muy precario al existente. Lo traslada a la vera oeste del canal y el 28 de marzo de 1562, bautizándolo "Resurrección". Así se adjudicó el “honor y el derecho a los premios monetarios de fundador de ciudades”, ya cobrados por el fundador original. En la historia quedó oficializada con el nombre y la fecha de lo realizado por Pedro del Castillo. [4] El sistema hídrico de canales y acequias, utilizado en la cultura huarpe, tiene vinculación histórica con el Imperio Inca. “La actual Mendoza, conocida como Valle de Huentata, era la frontera sur del Tahuantinsuyo del imperio Incaico. No se sabe con certeza la fecha en que los Incas arribaron a la actual Mendoza, se presupone que lo hicieron alrededor de 1481; unos 80 años antes de la llegada de los españoles”. (Michieli, Catalina T. - 1983) [5] El acueducto del Challao funcionó desde los primeros tiempos de vida colonial. Era un canal descubierto de mampostería en piedra, que llegaba hasta las orillas de la ciudad, donde la canalizaban de forma subterránea, hasta la fuente que se encontraba en el centro de la Plaza Constitución, nombre original de la Plaza Mayor de la antigua ciudad de Mendoza, actualmente Plaza Pedro del Castillo. A mediados del siglo XIX la fuente con el agua del Challao ya no funcionaba. [6] Su nombre proviene de la Quebrada de Zonda, en San Juan. Se desarrolla en el Pacífico Sur, como un viento gélido y húmedo. Atraviesa la Cordillera generando grandes nevadas, ingresando luego a San Juan y Mendoza, como un viento seco, caliente y violento. Arrastra polvo y partículas que producen diversas molestias a los pobladores. [7] Julio Ballofet. Agrimensor francés que llegó a la Argentina en 1859, junto al científico August Bravad. Cuando se produce el terremoto su amigo estaba en Mendoza. Viajó para rescatar sus restos, nunca encontrados, y decidió quedarse para ayudar. Luego de reconocer su título profesional le encargaron planificar la reconstrucción de la ciudad capital. Se casó y vivió toda su vida en Mendoza. El trazado de la ciudad de San Rafael, lugar donde se afincó, está entre sus obras más conocidas. [8] Emilio Coni, considerado el médico higienista argentino más destacado desde fines del siglo XIX. Algunas de las instituciones que contribuyó a poner en marcha: el Patronato de la Infancia; la Liga Argentina de lucha contra la Tuberculosis; La Gota de Leche; la Oficina Estadística Municipal; la Maternidad del Hospital San Roque (hoy Ramos Mejía), la primera en el ámbito municipal; el Hospital Emilio Civit de Mendoza; el primer Asilo Nocturno Municipal; también oficializó la Escuela de Enfermería; entre muchas más. [9] Carlos Thays. Arquitecto, naturalista, paisajista, urbanista y escritor francés. Desarrolló la mayor parte de su obra en Argentina. En Buenos Aires, entre 1891 y 1920 creó y remodeló la mayoría de espacios verdes. Sus obras fueron determinantes para la conformación de una imagen urbana nacional. También realizó obras muy importantes en Rosario, Córdoba, Paraná, Mendoza, Tucumán, Salta y Mar del Plata.