JORGE ENRIQUE RAMPONI
Artífice de una obra poética de alto vuelo, Jorge Enrique Ramponi inscribió su nombre entre los grandes poetas de nuestro continente. En este artículo, la escritora y crítica literaria Graciela Maturo, se refiere a la vida de su amigo y ofrece un análisis crítico de la obra de este mendocino que hizo de la poesía un sacerdocio.
por GRACIELA MATURO *
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Ubicar a Jorge Enrique Ramponi en la poesía americana significa para nosotros retomar un sentido humanista y comprometido del poetizar. Lo podríamos considerar creacionista y ultraísta teniendo en cuenta los comienzos de su producción, que contribuyen al desarrollo técnico y lingüístico, pero no presentan todavía lo esencial y definitivo de su actitud poética. Lo aproximamos en cambio a los grupos generacionales poéticos del 40, que aportan la poética metafísica del humanismo, y se revelan acordes a otros grupos y movimientos americanos como “Piedra y Cielo” en Colombia, el grupo «Orígenes» en Cuba, el «cuarentismo» en la Argentina. La poesía metafísica acendra la intuición, la angustia existencial, la receptividad creativa y la valoración del símbolo sin hacer del simbolismo una técnica de escuela.
Haré breves referencias a la vida de Jorge Enrique Ramponi. Nacido en Lunlunta, bello lugar de viñedos y frutales de la provincia de Mendoza, el 21 de agosto de 1906; murió en la ciudad de Mendoza, de la cual se movió pocas veces, el 2 de noviembre de 1977. Su matrimonio con la pintora Rosa Stilerman, en 1944, y su permanente relación con artistas plásticos del medio (fue amigo de Roberto Azzoni, Julio Ruiz, José Alaminos, Hernán Abal y otros artistas) son otros datos relevantes en la biografía de Ramponi, poeta cabal, ligado al arte, que hizo de la poesía un verdadero sacerdocio.
Pocos son los documentos con que contamos para explorar su vida. Queda por hacerse una cronología rigurosa, a falta de la cual nos basamos en recuerdos personales de nuestras largas conversaciones, y en datos proporcionados por amigos comunes.
En efecto, mantuvimos con Ramponi una profunda amistad a lo largo de casi treinta años, los últimos de su vida, a partir de nuestra llegada a Mendoza, con el poeta Alfonso Sola González (él en 1946, yo en 1947). Empezamos a visitarlo poco después, primero en la calle del Valle Ibarlucea, en Godoy Cruz, luego en la calle Belgrano número 7, de la ciudad de Mendoza. En ese tiempo vino también un par de veces a la Universidad.
Lo recuerdo con su aspecto de campesino, su frente ancha y echada hacia atrás, continuada en su cabeza calva, sus ojos de mirada aguda y a la vez tierna, su voz fuerte y cantante cuando recitaba. Siempre recordaba Ramponi los días de su infancia, la figura de la madre, docente primaria, la fuerte presencia del padre.
La vida familiar en contacto pleno con la naturaleza hizo nacer en él tempranamente un sentimiento cósmico. Recuerdo particularmente una anécdota que otras veces he repetido: me habló de un momento intensamente perturbador que se produjo en su infancia, cuando recorría las hileras de los viñedos familiares. En ese momento sintió a su lado la presencia de un ángel, invisible compañía. Yo aventuraría que, como Rilke, fue marcado por el llamado trascendente.
En su juventud integró varios grupos y revistas; más adelante fue recluyéndose en una soledad inevitable. A los 21 años publica su primer libro, Preludios líricos. Integró el grupo «Megáfono» que editaba la revista oral de ese nombre, en 1928, juntamente con Emilio Antonio Abril, Luis Dallatorre Vicuña, Vicente Nacarato, Serafín Ortega, José Peire, Guillermo Petra Sierralta y Ricardo Tudela. Era un grupo tocado por el espíritu de las vanguardias, especialmente el ultraísmo y el creacionismo, variantes de los países de habla hispánica. Su nombre mismo habla del culto a la radio, aunque esta atención a las nuevas tecnologías se daba dentro de una modalidad básicamente humanista, integradora, cultural y el atractivo de la radio no fue duradero. Ramponi pasaría de esta atmósfera juvenil a una trayectoria singularísima, que lo apartó definitivamente de la vanguardia inicial.
Cuando vemos a Jorge Enrique Ramponi asimilado al ultraísmo (Roig, 1966) nos queda la impresión de una relación apresurada, reductiva a su etapa inicial. También, incluso, habría que reclamar una redefinición del ultraísmo rioplatense en su relación con el humanismo americano, barroco y ultrarromántico.
Participó Ramponi en la revista “La quincena social”, fundada Mendoza, en 1919, por Leonardo Napolitano y sostenida a lo largo de 40 años; igualmente en “Antena”, dirigida por Emilio A. Abril, en “Cuyo-Buenos Aires” (1931) dirigida por José Parada Juantos y Rafael Mauleón Castillo, en “Huarpe” (1931), “Oeste” (1937) dirigida por Ricardo Tudela, “Azor” (1960-1964) dirigida por Graciela (Maturo) de Sola, etc. En su madurez no era muy dado a integrar grupos literarios ni asistir a reuniones de esta índole. Sin embargo, agradezco la adhesión que brindó al grupo Azor, que fundamos en 1960. Nos proponíamos precisamente redescubrir ante las jóvenes generaciones, a los grandes poetas como Ramponi, por entonces casi olvidado.
Ramponi ocupó algunos cargos, entre ellos, durante quince años, el de director de la Academia Provincial de Bellas Artes, fundada por el pintor Roberto Azzoni.
La obra poética de Jorge Enrique Ramponi.
La obra de Jorge Enrique Ramponi no es muy extensa, pero sí continuada, elaborada con obsesivo tesón. Abarca los siguientes títulos: Preludios líricos (1927); Pulso del clima, Premio Municipal (1932); Colores del júbilo (1933); Corazón terrestre – Maroma de tránsito y espuma, publicado en la revista “Oeste” (1935); Piedra infinita, D’ Accurzzio (1942); Los límites y el caos, (1972).
Esta obra ofrece a nuestro juicio un preclaro ejemplo de los pasos que caracterizan al proceso poético en plenitud, abarcando etapas de celebración del mundo, introspección, ahondamiento metafísico, descenso al infierno, posesión, martirio y salvación.
Propongo distinguir en la obra ramponiana, sin negar su continuidad y global unidad, dos etapas netamente diferenciables. La primera, entre 1927 y 1935, es su fase celebrante y gozosa en la multiplicada alegría de percibir el mundo y la propia creación. Esta etapa se muestra más ligada a la plástica, aunque asoman en ella rasgos permanentes como la musicalidad y el amor por la forma. Abarca las siguientes obras: Preludios líricos, Pulso del clima, Colores del júbilo, Corazón terrestre– Maroma de tránsito y espuma.
El asombro y la alegría vital, unidos a la aceptación gozosa de una nueva atmósfera marcada por la técnica, presiden la primera etapa del poeta, asimilable al ultraísmo hispánico, acaso al esprit nouveau de los franceses, aunque siempre ligada a la tradición propia, la del romance y la copla de raigambre cuyana e hispánica El poeta exponía una intensa alegría de vivir, y al mismo tiempo un aire juguetón y funambulesco, afín a rasgos culturales de la época como el Charleston o la radio.
La segunda etapa de su poesía, ligada fundamentalmente a la música, expresa una audaz y dolorosa búsqueda del Ser, que comprende momentos de agonía, muerte y resurrección del sujeto-mártir. La componen dos obras que conforman una de las cumbres de la poesía en lengua hispánica: Piedra infinita y Los límites y el caos.
A partir de 1935, Ramponi prepara su gran obra Piedra Infinita: publicada en 1942. Se aboca a la contemplación de la naturaleza en su aspecto más impenetrable y hermético: la pétrea cordillera de los Andes, muda presencia que acompaña la vida del hombre cuyano. Su contemplación genera un diálogo que adquiere los matices del asombro, el terror, la angustia y la revelación. La piedra cobra una dimensión metafísica convirtiéndose en símbolo, presencia-ausencia, acceso al Ser, ontofanía.
Pero este libro, considerado la obra maestra de Ramponi, quedaría trunco si no se lo asociara a los cantos del Denodado, que publicó con el título Los límites y el Caos. cinco años antes de morir. Esos cantos de su obra final, traen la liberación del mártir, y la transformación de la conciencia o metánoia. Se cumple una vez más la función salvífica y transformadora del arte, presente en la tragedia antigua.
El poeta hablará, en esta etapa, de cantos, y en efecto su voz se incorpora decididamente a una vía rítmica y melódica, apelando a la sonoridad acentual de las palabras en largos versículos musicales.
La obra de arte lograda alcanza una íntima compenetración de expresión y medios, de tensión interna espiritual y formas lingüísticas, musicales, imaginarias. Esa percepción simpática que los alemanes llaman Einfühlung permite al autor transcribir los movimientos del alma, las oscuras pulsiones del subconsciente, los sueños o aspiraciones más secretos que pueblan su interioridad. Todo ello es captado, expresado, transmitido por esa oscura y profunda comunicación del arte, más próxima al encantamiento y la magia que a la racionalidad y la practicidad.
El estudioso rumano Matila Ghyka señaló esta disposición del arte como vía o transposición al estado de éxtasis. Es este justamente el sentido que la tradición órfica otorgó al arte poética. «A causa de su operación inmediata calificamos esta acción (el encantamiento poético) de mágica o casi mágica. Su resultado sensible es en efecto la transposición al estado de éxtasis de la persona sometida a la acción del encanto que se siente receptiva y en estado de arrobamiento».
Ghyka, que establece comparación con el uso de otro tipo de energías, habla de condensación y liberación, y asimismo de efectos prácticos. Todo ello ha sido bien conocido por los maestros tradicionales, y también por la Iglesia, que incorpora el canto gregoriano, las fórmulas y oraciones de encantamiento, entre otros modos del ritual.
Dotar a la palabra, al lenguaje, de un poder de encantamiento y magia es el fondo último de la tradición pitagórica, originaria del Egipto. El Libro de los Muertos contiene esas palabras de poder, dieciséis siglos antes de la era de Cristo. Del antiguo Egipto habría pasado esta corriente a Grecia, donde se atribuye su paternidad a Orfeo. Los poetas de larga tradición han invocado al pastor de Tracia, ligado a la literatura hermética, a su poder de encantamiento sonoro y a sus combinaciones cabalísticas.
La actitud del místico hace del lenguaje oración, flecha, memoria, lamentación, rito, liturgia. Pero la esencia del orfismo consiste precisamente en hacer del medio artístico escala y encuentro. Siguiendo las enseñanzas órficas, Sócrates transmite a sus discípulos aquel legado de Diótima que ha pasado a ser la herencia de los poetas, durante el vasto tramo del humanismo.
En América ese legado filosófico fructifica en la segunda mitad del siglo XX, en tanto que otros ámbitos del Occidente se han vaciado y desacralizado.
Podemos intentar explicar las etapas de la poesía de Ramponi a través de un proceso fenomenológico, que reitera las instancias de la creación y la transformación del sujeto creador.
1) Epojé primordial. Puesta entre paréntesis del yo habitual, de los conocimientos adquiridos. El poeta, superando lo descriptivo o meramente afectivo de su relación con el mundo, pasa al estado de contemplación, que le abre una nueva mirada.
2) Búsqueda de sentido a través de la simbolización, que comporta un acto de otorgamiento de significaciones. El poeta descubre signos y señales que convierten el mundo en libro, las realidades naturales en un abecedario.
3) Reconocimiento del yo trascendental que se visualiza a sí mismo en el acto creador. El poeta se ve a sí mismo en el acto de crear, visualiza su propia creación, advierte el dramatismo y la desigualdad de la búsqueda, se mide con su Creador.
La lectura fenomenológico-hermenéutica que proponemos tiene un doble movimiento: por un lado focaliza la imagen haciendo de ella, una vía de ingreso profundo en el tejido poético. Por otro se mueve, hermenéuticamente, del todo a la parte y de la parte al todo, intentando una captación del sentido total de la obra poética, y ubicándola en contextos culturales más amplios.
Podemos descubrir la raíz de ciertas significaciones en el proceso dinámico de la creación, y proyectadas fuera de éste en el contexto cultural. Los semiólogos llegan a conclusiones parecidas al hablar de dispositivos colectivos de enunciación o de enunciado. Se habla y se escribe con los otros. Desde nuestro punto de vista, sin embargo, el poeta va más lejos de lo hablado o sentido por la comunidad. El discurso expresivo del artista alcanza significaciones no dichas, no antes acuñadas.
La marca espiritual de la poesía de Jorge Enrique Ramponi , lector de Plorino, Novalis y los ocultistas, del surrealismo y de la ciencia contemporánea, -no solamente de la vanguardia europea- pero asentada sobre todo en una experiencia de soledad y ascetismo, hace de ella una búsqueda ontológica que se manifiesta como reconocimiento de las distintas escalas en que el Ser se muestra y se esconde. Asomarnos a esta obra es encarar una de las creaciones poéticas fundamentales del último siglo.
Cuando se dio el premio Nobel a Vicente Aleixandre se dijo que lo recibía porque su poesía iluminaba los caminos del hombre. Esa frase, que cabe a todo arte verdadero, le corresponde genuinamente a la poesía de Jorge Enrique Ramponi, esa poesía crecida en su dolorosa y genuina vocación, que no tuvo premios ni honores; ésta es también una prueba de su autenticidad y valor.
* GRACIELA MATURO: Escritora, poeta, crítica literaria, catedrática universitaria e investigadora del CONICET. Doctora en Letras. Ejerció la docencia en las principales universidades argentinas. Fundadora del Centro de Estudios Poéticos Alétheia, y Miembro Honorario del Centro de Estudios Filosóficos “Eugenio Pucciarelli” en la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires. Ha recibido innumerables premios y distinciones por su trabajo.