FERNANDO LORENZO
Autor de culto, dramaturgo, poeta y narrador, Fernando Lorenzo reaparece como un lúcido relámpago en la escena literaria actual. Aunque gran parte de su obra, todavía, permanece en la oscuridad.
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por MARIANA GUZZANTE *
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La cosa es así: una violinista ciega, que intenta partir a Canadá en busca de fama, muere tristemente frente a una sociedad hipócrita, acaso semejante a la mendocina. El hecho de que esta obra (que se llama, escuchen, “El concierto a fuego lento de la Sra. Decroly”) haya sido escrita por Fernando Lorenzo es, acaso, un síntoma.
Como todo escritor (como todo buen escritor), Lorenzo se autoimpuso un tour de force, una lectura, cruda y simbólica a la vez, de su contexto.
Así hablaba: “todo artista tiene que ser fiel a su tiempo”. Lo decía con el corazón irritado de los creadores del ‘50, pero quizá también con un recelo futuro. “Poeta, cuídate”, advirtió en verso libre, “Cuida también la antorcha si vas a la batalla… Cuida al fin tus palabras. Porque has venido al mundo a soplar al oído de los hombres la tempestad y su cortejo de cristales partidos”. Quiso, eso sí, legar esa conciencia áspera, capaz de avanzar por el mundo “horizontal dando portazos”. Un poeta, supo, es un meteoro terrestre.
No es extraño que su obra haya nacido así, estrangulada en mínimas tiradas y pocas antologías. Cargando un imaginario de asfixia en el que, sin embargo, cada palabra entregaba su oxígeno. “Estoy de pie en el aire. / Dulcifico mis ojos. / Huelen aún mis manos a fogata…”, presintió en su “Segundo Diluvio”.
Será que él, como todo poeta, entendió una de las leyes mágicas -lo que se repite nunca es igual- y escribió sobre la ‘pena metafísica’ (esa pena medular) en versiones que eran otras y las mismas. Lo suyo, claro, fue ese ir y venir por la poesía y la prosa, por la dramaturgia, la plástica y la escena. Ese tránsito. Todo en una misma cabeza: sin descartar la belleza narcótica de la metáfora ni la acidez de lo satírico. Como lo que corroe en las líneas del monólogo “Un lunes”, que es la verba de un hombre gris, bajo un shock de lucidez.
La suerte de su obra ha sido casi absurda: el drama “El concierto…”, por ejemplo, sólo conoció una puesta escénica, que Walter Neira dirigió en los ‘90. De hecho, podemos sospechar que fue una feliz representación -por exitosa y por única-, descontando el acierto de José Kemelmajer al interpretar “Un lunes”.
Que su poesía (hablamos en especial de “Tránsito”, libro debut del ‘48) sea prácticamente inconseguible en las librerías locales, lo arroja a esa suerte de «margen» fatal que ha signado a la literatura mendocina del XX – ediciones ínfimas, cero difusión- y a la vez lo instala, como revancha, en el centro de nuestro patrimonio íntimo. Claro que fue un agitador cultural de su época, par de Cúneo, Levy y José González.
Que su obra dramática -poco numerosa pero impresionante- casi no sea conocida en la escena local (a pesar de estudiarse en la academia), deja una fisura y unos huérfanos.
Extraño: porque las palabras de Fernando Lorenzo se introducen por la pupila, se instalan en el cerebro, y allí se quedan. Porque sus textos sostienen la evidencia de que la literatura no es la logorrea del que quiere demostrar una destreza sino, justamente, el autofusilamiento, medido y tenaz, del que nunca deja de buscar nuevos atajos, precisamente para ir más lejos. ¿El escritor? Un pasajero en tránsito. Puede ser.
Una tarde, wisky en mano, descubrió que la ciudad era una total desconocida. Un tic en un párpado que se transfiere a la comisura de la boca. A la manera de los maestros del nonsense, se levanta de la silla del bar, y deja una servilleta incomprensible (una escritura) en las manos de la fan. Siempre, nos consta, fue generoso con los jóvenes.
Había nacido en 1924, en la casa de los abuelos de la Cuarta Sección. Murió en el ‘97, de un cáncer óseo.
Así habló Fernando Lorenzo: “La poesía es un acto orgánico, como comer, defecar, caminar…un hecho natural (no simplemente mental, no simplemente emocional) que compromete, en lo profundo, el saber del cuerpo”.
Historias inéditas
Si hay algo extraño y poderoso en la idea de conectar con un autor, ese algo se hace todavía más poderoso y extraño si aparece, de pronto, un hallazgo: un material desconocido que aguarda el rescate.
Fernando Lorenzo no vivió para ver editada gran parte de su obra. Lo que se conoce -“Tránsito”, “Arriba pasa el viento”, “Nahuelquintún” y poco más de su teatro- es apenas un iceberg . A pesar de su prestigio (casi de autor de culto), nunca se editó, por ejemplo, su novela “Subsuelo” (una entre tantas cajoneadas) ni su “Cantata Latinoamericana”, un perfil popular que parece no encajar en el identikit, siempre básico, de autor existencialista y surreal.
Algo de ese plus inédito, sin embargo, vamos a poder oír en “Canciones y poemas de doble filo”, un CD reeditado hace años.
“Con Fernando, en principio, grabamos un casette de textos y canciones”, refiere su hijo Ramiro, “era una suerte de registro de los recitales que hicimos hace 15 años en el Café de la Universidad”. Reencontrados, padre e hijo decidieron grabar juntos una serie de poemas recitados y algunos temas de cantautor, en clave popular. ¿Qué hay en la grabación? Pues parte de la “Cantata Latinoamericana”, que es un homenaje a Bolívar y San Martín, desglosada en dos poemas: “Yo conozco la piedra” e “Indio”. Nadie, aún, conoce estos textos. Esa faceta es la que intenta rescatar Ramiro Lorenzo: la del Fernando popular, el escritor de cuartetas que a ritmo de guajira dialogaba con Martí, mientras inauguraba con frescura la biografía imaginada del hijo que poco vivió con él.
Allí hay un tesoro, aunque la edición de este CD sea, a juicio de Ramiro, “extremadamente precaria”. “Igual”, insiste, “busco la manera de llevar este homenaje a Mendoza”.
«Manual de la Tierra Arrasada»
Ya no quiero quedarme: ya he cantado
y he recorrido el sitio
y he comido
y he usado las palabras y he muerto
con un morir entre cosas esparcidas, oh país mío,
oh dolor que se abstiene
ya sólido
en su copa
como un río tallado.
¿Adónde vas, mi tierra, que yo pueda encontrarte?
Ya no quiero quedarme en un país urdido por arañas
que se hacen señas
de colina en colina
y derraman ceniza sobre el cuerpo gigante de los enamorados
vueltos como heliotropos a la lluvia felina.
Mi tierra, ahora flor acostada,
alguna vez fue un júbilo hacia arriba
junto a un abismo sin perros ni piedras familiares
donde ha caído al fin mendiga de la noche su lengua.
No te quedaban puertas. Te acosaron el vientre, te comieron
el nido de los hijos: la rosa vespertina que en su través,
sólo en tu honor crecida,
mostraba toda la primavera en un anillo.
¿Adónde vas, mi tierra, que yo pueda encontrarte?
Desde el confín donde el cóndor se desnuda como una ley del aire
se te mira, mi tierra, vieja y cansada,
con la cofia llena de jeroglíficos y números secretos.
Llueve leche sumisa que no cabe en el mundo,
leche y dátiles: alimento ofrecido para volverte a la vida
y colorir tus manos aferradas al remo
del amo.
Es el toque de queda -leche y dátiles- de familia en familia
cohabitando en las últimas pavesas.
¿Adónde vas, mi tierra, que yo pueda encontrarte?
Ya no quiero quedarme para esa melodía sin balcones al sol,
ese réquiem trotado por caballos con máscaras
donde tu cuerpo ahogado flotará eternamente
simulando la vida.
«El Fuego»
Un día bajé al cuerpo como a un sepulcro vivo
y era la vida apenas una onda
y un domador cruel.
El amor existía
bajo esa forma rudimentaria de la piedra y su sombra
Pero la llama estaba. Madura, a la intemperie,
inmutable, en su trono.
Ancha, benigna llama madre nuestra ciega,
rostro abierto a la noche y alarido
que no puede morir porque ni aún vive,
cabellera que pone la humanidad traslúcida:
se ve el bautismo adentro como un charco cubierto
por las hojas,
se ve el tigre de gruesas venas transparentes
bramando,
se le ve el hombre el hilo con que Dios lo maneja.
Alrededor de la cintura el fuego:
mi cintura y el fuego como un hambre.
Publicado en Diario "Los Andes" de Mendoza el 10 de mayo de 2009.
* MARIANA GUZZANTE: Reconocida periodista, profesora de Literatura y escritora. Se desempeña en la sección de Artes y espectáculos del diario "Los Andes" de Mendoza. Participa en forma constante en revistas, trabajos de investigación y la elaboración de prólogos para libros de autores locales.