La Melesca

OLLERAS DE MALARGÜE

Un acercamiento a un oficio ancestral desarrollado en el sur mendocino y el rescate de una de sus últimas cultoras: doña Cristobalina González. Una semblanza según la mirada del investigador Vicente Orlando Agüero Blanch. 

 

por: ANÍBAL CUADROS *

 

 

En los primeros años de la década de 1940, el merlino[i] Vicente Orlando Agüero Blanch llegó a Mendoza para incorporarse a la recientemente creada Escuela Superior de Artes Plásticas de la UNCuyo. Su pasión era la pintura mientras que su hermano, Antonio Esteban Agüero, descolló como poeta.

En su juventud nació su inclinación hacia las artes visuales que creció junto a un profundo interés por la política, aunque esta última le acarreó dificultades en la convulsionada Argentina de los años 1945/1946. Por ello eligió el exilio antes que renunciar a sus ideas y los conceptos que tenía sobre la libertad individual.

Durante casi una década vivió en Bardas Blancas, a mediados del siglo XX un apartado villorio a las orillas del río Grande, en Malargüe, el más austral y despoblado departamento mendocino. Su flamante esposa Regina Adaro, hija del destacado aficionado a la arqueología Dalmiro Adaro, se desempeñó como directora de la escuela mientras que él estaba a cargo de un Registro Civil volante.

Bardas Blancas antiguo (Archivo Histórico de Malargüe)

La enorme riqueza arqueológica y etnológica existente en esa lejana y poco accesible comarca mendocina, se conoció en profundidad en los ámbitos académicos por la contribución que hizo Agüero Blanch, cuyos trabajos de campo significaron un inestimable aporte al conocimiento y la historia regional. Sin duda su trabajo le valió la consideración como investigador e historiador.

 

“Recordaremos siempre a don Vicente Orlando Agüero Blanch
como a un entusiasta de la tierra y de sus paisanos,
investigador serio y laborioso, excelente dibujante y
buen colaborador y amigo”.
Juan Schobinger

Alfareras malargüinas

En uno de sus trabajos, “La última ollera de Malargüe” de 1971, pone en valor a las hacedoras de una artesanía ancestral como la fabricación de ollas y utensilios de barro cocido que, en la región, fue una labor netamente femenina.

El autor relata que los grupos puelches[ii] que habitaron el sur provincial eran nómades y no fabricaban vasijas de cerámicas. En el permanente deambular entre las tierras altas y las más bajas, los utensilios frágiles eran un inconveniente más que una ventaja. A fines del siglo XIX e inicios del XX, la vida nómada de los naturales del lugar llegó a su fin y las mujeres comienzan a fabricar ollas, vasos, jarras y fuentes de barro alcanzando un importante nivel de desarrollo, aunque la actividad se mantuvo durante un tiempo no muy extenso.

Según Agüero Blanch, el abandono de esta práctica artesanal tuvo que ver con la mejor situación económica de los pobladores producto del aumento del precio del ganado, la lana, la cerda y los cueros, que les permitió acceder a elementos industriales, elaborados en aluminio o hierro enlozado, más durables y considerados más decorativos que la cerámica tradicional.

Los utensilios cerámicos de la zona eran valorados como elementos “toscos y sin decoración”. Tampoco el autor descarta que la llegada de la inmigración europea influyera sobre los gustos y criterios estéticos de los pobladores de aquellas lejanas tierras, forjando preferencias hacia el gusto europeo, en detrimento de los criterios indígenas autóctonos.

Río Grande – Malargue

 

Cuando llegó por primera vez a la comarca, Agüero Blanch supo de la existencia de dos o tres olleras. A finales de la década del 60, doña Cristobalina González era la única que quedaba viva y contaba con 88 años. Vivía en el paraje El Puelche del distrito de Río Grande y era hija de mapuches chilenos que habían emigrado desde el vecino país en busca de mejores condiciones de vida. Cristobalina nació entre los cerros nevados de la cordillera malargüina y su madre fue quien le enseñó el oficio de alfarera.

Según pudo recabar el autor de la propia Cristobalina, el oficio de artesana no era desempeñado con igual nivel por todas las mujeres que lo practicaban. Le confirmó que en las primeras décadas del siglo XX había en la zona varias chilenas que ejercían el oficio: algunas “malitas”, pero otras tenían “güenas manos” y fabricaban objetos “harto bonitos”.

Por ella supo que treinta años antes, en El Alambrado -distrito Río Grande-, vivía doña Carmen Hidalgo, alfarera que trabajaba exclusivamente su profesión y los vendía. Desde lugares distantes recibía encargos de sus clientes, sobre todo ollas y platos. Si bien su modestia le impide comparar sus obras, admitió que en los últimos setenta años, fueron las olleras más famosas del sur mendocino.

 

Cristobalina cuenta 

A pedido del autor hace un detallado relato de cada etapa del procedimiento. Inicialmente se debe ubicar algún yacimiento de arcilla, la calidad de la misma se reconoce por su textura al restregarla entre las manos. En los últimos tiempos de su labor, doña Cristobalina sacaba el material de una barranca ubicada al pie del Cº La Estación, cercano a su casa. La edad y las enfermedades reumáticas que padecía, le impedían alejarse demasiado. Para transportarla utilizaba tarros de cinco litros que habitualmente se utilizan para envasar el aceite. Almacenaba la greda en un rincón de su enramada, la protegía rodeándola de un círculo de piedras para que no se desparramara y la cubría con un ijar de yeguarizo[iii] para evitar que los animales domésticos la ensuciaran. Posteriormente, cuando se presentaba buen tiempo, con toda paciencia, hacía polvo todos los terrones de greda, con la presión de los dedos; sacaba cualquier resto de raíz o piedritas que pudieran haber quedado en la primera selección del material que hizo en el yacimiento y comenzaba a preparar el barro. Después, sobre una piedra laja, amontonaba un poco de tierra y, en el centro, le hacía un hoyo donde le vertía un poco de agua y así, como quien prepara una masa para pan, iba haciendo el “amasijo”[iv] de barro hasta que quedara bien compacto.

Una vez que la mezcla obtiene su punto óptimo se le agrega un poco de arenilla que actúa como desengrasante[v]. Doña Cristobalina aconseja no recoger la arenilla en los lechos de cauces de agua, porque la arena lavada da como resultado una cerámica frágil. La arena se debe recoger de la orilla de los cercos o corrales. La anciana ollera dice que también resulta apto el uso de ceniza volcánica que era muy abundante en la zona tras la erupción del volcán El Descabezado. No obstante, agrega, si se emplea la ceniza volcánica se debe tener mucho cuidado en la proporción de la mezcla: si se echa poco, la cerámica se triza al calentarse y si se añade demasiado, los líquidos se filtran, cuando la proporción es adecuada el producto resultante es de altísima calidad. Antes de ser utilizada, la arenilla es cernida y luego tostada en una cayana[vi] para que se impermeabilice. Posteriormente se mezcla la arenilla con la greda y se amasa agregándole agua hasta que resulte una pasta uniforme y suave al tacto.

Para elaborar la pieza cerámica se coloca una tortilla, que será la base, sobre un trozo de madera o piedra laja. A continuación con las palmas de las manos, en movimientos giratorios, se prepara un chorizo de greda, del grosor deseado, con el que se va formando, en espiral ascendente, el cuerpo del recipiente. Por presión del índice y del pulgar se van uniendo las vueltas del chorizo y, a la vez, alisando las uniones del mismo. Terminado el objeto se alisa con el “bruñior[vii] , que es una piedra muy suave al tacto, pequeña, por lo general de forma discoidal, muy fácil de seleccionar en la cordillera que se utiliza para que deje la pieza bien lisita. Debe mojarse previamente con agua y después con saliva. Ya moldeadas las piezas en greda, se dejan secar a la sombra en lugar aireado. El tiempo de su secamiento es variable, depende de los factores climáticos.

Una vez finalizado el modelado, las piezas se reservan hasta el momento de la cocción. Ésta se realiza luego de haber repetido varias veces la tarea de amasar la arcilla y dar forma a los cacharros, pues, comenta que la greda debe prepararse en cantidades reducidas a fin de que no se desvirtúe. Se trata, sin duda, de un trabajo artesanal en el que no resulta posible manejar grandes volúmenes de material.

Para la cocción o quemada, doña Cristobalina prepara, en un rincón de su patio, una capa de varillas de chacay o de molle[viii], sobre ésta se tiende otra de leña de vaca[ix] y se finaliza con una última capa de colliguay o carrizo[x]. Sobre esto se distribuyen las piezas en forma circular, primero las más grandes y sobre ellas se enciman y distribuyen las piezas más pequeñas -de manera que quede el promontorio como una media esfera-; se coloca una capa de carrizo bien seco y se cubre con leña de algarrobo, molle y chacay. Se enciende el fuego y a medida que las capas de leña se van quemando se agrega más leña verdosa, de tanto en tanto se distribuye sobre la quema bosta de «culle»[xi]. Así se le mantiene varias horas hasta que la ollera calcula que ha terminado el proceso de cocción. Una vez que el fuego se ha extinguido, el promontorio se cubre con las brasas y cenizas del rescoldo para evitar que un enfriamiento repentino arruine las piezas.

Al día siguiente, una vez que el sitio se ha enfriado, se retiran las piezas y se seleccionan. Las destinadas a contener líquidos deben ser sometidas a proceso de impermeabilización (“curado” en el decir de la región), aunque Agüero Blanch observa que cuando la arcilla es apropiada y el proceso de elaboración correcto, no es necesario este paso. Para curar una olla se unta su interior con grasa de “choique”[xii] que es muy fina y no impregna de mal gusto a la cerámica, después se llena de una lejía compuesta de agua ñaco de maíz y flor de ceniza[xiii]. Se coloca al fuego, se hacer hervir durante unas tres horas, teniendo cuidado de reponer el agua que se evapora y, a cada rato, revolver el contenido con un palito. Así concluye la labor de una ollera que se precie de conocer su oficio.

 

Artesanía empírica

Los objetos cerámicos de doña Cristobalina comprenden jarras, ollas, vasos, platos y diversas variantes de recipientes contenedores de alimentos y líquidos, todos producidos sin torno y partiendo del procedimiento básico del “chorizo” de greda. Estos ceramios muestran una superficie alisada, desornamentada o, en algunos casos, con motivos decorativos muy simples, grabados con algún elemento punzante sobre la arcilla fresca. En todos destaca la presencia de un cuerpo abultado y una boca ancha, ciertamente en razón de sus fines utilitarios. Sus bases planas permiten que sean depositados en el suelo, y aseguran su estabilidad.

Estas características permiten afirmar que se trata de un producto artesanal puro, en el sentido de que su elaboración no implica la división del trabajo ni las maquinarias que caracterizan la fabricación industrial. Los conocimientos que posee son tradicionales, provienen de las enseñanzas de su madre, quien a su vez los adquirió de sus antepasados. Doña Cristobalina aprendió a fabricar ollas empíricamente, a partir de las indicaciones recibidas, la práctica y el ensayo y el error.

La producción hecha por doña Cristobalina está claramente condicionada por el medio geográfico que le provee de materias primas: la arcilla, la ceniza volcánica o la arenilla que usa como desengrasante, los tipos de leña que usa en la cocción y los materiales que emplea para curar. También está condicionada por las necesidades de la cultura, sus ollas son aptas para la cocción y conservación de los alimentos que abundan en la zona y que consumen los lugareños y se adecuan también a los combustibles y formas de cocción utilizados.

El conocimiento que Cristobalina tiene de los medios y su destreza para manejarlos son realmente notables. Habría que analizar con más detenimiento su contribución individual a la producción de ollas de la zona y habría que investigar también en qué medida introdujo modificaciones creativas en el proceso de fabricación o en las formas de las piezas antes de afirmar que la artesanía es de autoría colectiva, es seriada, no registra innovaciones, ni sufre modificaciones a través del tiempo.

Probablemente nos encontremos con que en este caso, como en muchos otros, la afirmación de algunos teóricos que sostienen que “lo artesanal permanece igual a sí mismo y la artesanía emerge del colectivo popular” sea más el resultado de la falta de investigación o de la aplicación acrítica de prejuicios consensuados, que de las características del producto estudiado.

El autor concluye: “en el caso de los cacharros de Cristobalina González he intentado mostrar que constituyen (y de qué modo lo hacen) auténticas artesanías, cuyo valor fundamental radica, no en la estructura formal que presentan, sino en las condiciones en que fueron producidas. La definición de artesanía puede ser revisada y correctamente ampliada para que contenga a otras artesanías semejantes.

Nuestra tradición alfarera, y artesanal en general, merece ser rescatada, estudiada y puesta en valor sin actitudes vergonzantes, que nos lleven a desestimar lo nuestro y sentirnos carentes de tradiciones y manufacturas valiosas y meritorias y, lo más importante, sin violentar los análisis para que hagan aparecer una dimensión estética que ellas no poseen”.

 


Cristobalina es una canción

A partir de este completo trabajo que realizó Vicente Orlando Agüero Blanch, el poeta Jorge Sosa[xiv] junto al músico Damián Sánchez[xv] cuentan su historia en una bella canción. El tema lo titularon “Doña Cristobalina” y existe una versión grabada por Hebe Yacante[xvi] alrededor del año 1981. Se realizó en una actuación en la ciudad de Mendoza con la participación de los músicos Daniel Martín, flauta traversa, Ángel Parrilla, percusión y Aníbal Cuadros, guitarra.

 

DOÑA CRISTOBALINA

I

Trayendo sus cacharros, llenos de arcilla

Doña Cristobalina, vuelve del cerro.

Un cántaro en sus manos, vierte en su historia

la vieja artesanía de sus recuerdos.

Mueven rugosas manos, la tierra roja

amasa que te amasa tanta tristeza.

El barro que se estira ya tiene ganas

de redondear el agua con su silueta.

Ollera, de Malargüe, vieja nochera.

Hazme un canto de olvido para mi ausencia,

dame con tus caricias alma de greda,

para sentirte madre,

para sentirme madre

como la tierra.

II

Hay que avivar el fuego, Cristobalina

evitar que te usurpe la caldeadura

ese señor alado que nada sabe

que soplando se avivan tus desventuras.

No detengas tus manos, abuela obrera

hay que darle a la arcilla tu semejanza.

Que su forma parezca tu antigua forma

que en su boca se ría tu carcajada.

Ollera, de Malargüe, vieja nochera.

Hazme un canto de olvido para mi ausencia,

dame con tus caricias alma de greda,

para sentirte madre,

para sentirme madre

como la tierra.

«Doña Cristobalina» (D.Sánchez / J.Sosa) canta Hebe Yacante


Imagen de portada: Vicente Orlando Agüero Blanch entrevista a pobladores malargüinos. 

Fotografía: Biblioteca Pública Digital de San Luís.

BIBLIOGRAFÍA:

Agüero Blanch, Vicente Orlando. «La última ollera de Malargüe», en Anales de Arqueología y Etnología. Mendoza, Facultad de Filosofía y Letras UNCuyo, 1971, t. XXVI.

Bárcena, Roberto J.. 1989. «La Arqueología Prehistórica del Centro Oeste Argentino». Xama, 2, pp. 9-60. Área de Ciencias Humanas. CRICYT-CONICET. Mendoza.

Pérez Gutiérrez De Sánchez Vacca, Susana. 2013. Personalidades de San Luis que dejaron huella. Programa San Luis Libro. Colección Bicentenario. San Luis.

Schobinger, Juan. 1974-76. «Vicente Orlando Agüero Blanch (1918-1975)». Anales de Arqueología y Etnología, XXIX-

Triviño, Luis (Coordinador). 1981. «Agüero Blanch y Malargüe». Serie Científica, año 4, n° 24, pp. 44-47. Zeta Editores. Mendoza.

Ortíz, Elio; Vicente, Sonia. 2004. “Los pioneros de la cerámica mendocina moderna. Rescate y revalorización de técnicas, procedimientos y contribuciones”. II Jornadas de Historia del Arte Argentino. La Plata (Buenos Aires) 15 y 16 de octubre 2004

Durán, Víctor. “Las poblaciones indigenas del sur mendocino durante los siglos XVI y XVII” – Anales de Arqueología y Etnología 1991/1992 – Nros 46/47 – Faculta de Filosofía y Letras – UNCuyo

Magallanes, Julieta. 2019.  Lo que la «Conquista del desierto» no se llevó. Identidad provincial, campo intelectual y memorias indígenas en el sur mendocino. Runa, vol. 40, núm. 1, pp. 83-99, 2019 Universidad de Buenos Aires


 NOTAS

[i] Merlino. Gentilicio de los nacidos en Merlo, al norte de la provincia de San Luis.

[ii] Puelches. Uno de los pueblos indígenas que habitaba los valles cordilleranos de Chile y del sur mendocino.

[iii] Ijar de yeguarizo. Se da el nombre de ijares o ijadas a las partes laterales del vientre del caballo.​

[iv] Amasijo. Acción de unir los ingredientes para preparar la greda. El procedimiento es similar al de la masa del pan.

[v] Arenilla o la ceniza volcánica. actúan como chamote dándole mayor cuerpo a la arcilla, haciéndola más resistente y compacta para el modelado.

[vi] Cayana. Voz quechua k’allana. Olla de barro que se emplea para tostar trigo o maíz.

[vii] Bruñidor. Herramienta que se utiliza para pulir.

[viii] Chacay / Molle. Vegetación propia de la región.

[ix] Leña de vaca. Excremento vacuno seco.

[x] Colliguay o Carrizo. Vegetación propia de la región.

[xi] Culle o Cuy. Conejillo de Indias más grande que el corriente, con orejas cortas, cola casi nula. Común en la cordillera.

[xii] Choique. Ave parecida al ñandú pero de menor tamaño y de color gris parduzco.

[xiii] Lejía. Solución obtenida de la mezcla harina de maíz y ceniza.

[xiv] Jorge Sosa. Poeta oriundo de Santa Fe que se radicó en Mendoza donde desarrolló toda su producción literaria. Autor de numerosos temas musicales.

[xv] Damián Sánchez. Músico mendocino, compositor, arreglador y director coral. Sus composiciones y arreglos son interpretadas por destacados artistas.

[xvi] Hebe Yacante: Directora coral y cantante popular nacida en San Juan. Formó parte de importantes agrupaciones y se destacó como solista.


 

* ANIBAL CUADROS: Autor, compositor y músico. Solistas, conjuntos y coros interpretan y graban sus temas. Dirigió musicalmente Fiestas de Vendimia, centrales y departamentales. Es uno de los fundadores y director del archivo digital “La Melesca”, historias de Cuyo.

 

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